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el sepulturero no ha muerto, y confiesa que efectivamente lo vendió. Entónces dirá de qué parte lo extrajo, y buscando en los libros de la Administracion del Cementerio, se identifica, si es posible, el nombre del esqueleto. Se castiga al sepulturero segun las condiciones sociales que aquel tuvo en vida, y el estudiante queda en libertad. Nuestro caso era distinto. Se trataba de dos esqueletos semejantes, olvidados del mismo modo, por la misma persona misteriosa. Hay que identificar la persona. Desde las primeras investigaciones, sospecho que se trata de una mujer; se me ocurre un drama pasional, lo sigo, y llego al desenlace. Es una mujer. Pero soy yo quien hace la pesquisa, como novelista, como médico, con espíritu romántico—la mujer me interesa, y me propongo salvarla—y la salvo, es decir, la salvo de la garra policial; pero para eso es necesario que tome una dosis doble de veneno.»

—«Pero usted es culpable, usted es criminal, como instigador de un suicidio.»

—«Bueno. ¿Sabía usted quien era Clara? ¿Sabia usted lo que importaba sustraerla á sus jueces naturales? Usted no sabe nada de eso, ni lo sabrá jamás. Ahora se interpone el secreto médico."

—«¡Pero hombre desgraciado! usted será victima de su curiosidad.»

—«Convenido. Esto no impedirá que continúe pensando que el secreto médico se sobrepone á las demás leyes sociales. Pasemos á otra cosa. Supon-