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He consignado esto porque envuelve para mí el mayor elogio: ¡insistir con enfado el Jefe de la Oficina de pesquisas de la Policía de Buenos Ayres en llevar á la cárcel un fantasma de novela! Nunca soñé un éxito semejante.

Uno de mis mejores amigos, que durante tres años ha desempeñado fuera de aquí las más altas funciones policiales, está de acuerdo con usted en que los capítulos VII y VIII no debieron escribirse. Está furioso conmigo. No hay razon que le convenza.—«Usted es un decadente, un romántico; usted merecería que fuera cierto lo que ha escrito para que lo llevaran á la cárcel, no tanto por la parte que se adjudica en el segundo desenlace, sinó por haber redactado los dos capítulos finales» — «Pero amigo, soy yo, Doctor en Medicina de la Facultad de Buenos Ayres, quien hace la pesquisa; son el derecho y el deber del secreto médico que abren ante mi curiosidad un corazon al que aplico el remedio.» — «Bonito remedio; me quedo con La casa endiablada

He leído tambien la obra á otro amigo que es un excelente médico, altruista sério y poeta galano. —«Qué quiere?»-me ha dicho—«seré mal juez; pero ésta me gusta más que Nelly. Es más humana, más suya, más propia de un médico.»—¿Y los dos capítulos finales?» — «Usted no es empleado de Policía; usted tiene el derecho de no llevar sus personages á la cárcel.»

Pero, ¿cómo habría de llevarlos, si salen del tintero?

Si le citara todas las opiniones, podría usted creer que estoy perplejo. Nada de semejante cosa: respeto mucho las ajenas, y tambien respeto las mías.

Y precisamente por eso, y porque «on m'a loué comme j'aime à l'être, segun exclamó cierto dia Napoleon I, permítame ofrecerle en estas líneas de