tos muy prolijos que me ha dado el Doctor Varolio, y de acuerdo tambien con presunciones suyas y mías, es verosímil que este jóven haya tenido alguna afeccion sobre la cual guardaba el secreto»
—«Difícilmente, porque nosotros lo habríamos sabido.»
—«Convenido; pero usted sabe que muchos jóvenes ocultan, en ciertos casos, y lo mejor que pueden, las enfermedades y la pobreza.»
—«Sí; pero nos lo hubiera dicho.»
—«Perfectamente.»
Encendimos cigarros y salimos al pátio.
El Doctor Varolio, médico distinguido y profesor de la Facultad, fué rodeado poco á poco, y Manuel y yo nos encaminamos á la puerta de calle.
—«Y, compañero ¿qué encuentra?»
—«Pues amigo, este cráneo es medio complicado. Ofrece los rasgos principales de los otros; pero tiene mucha credulidad y mucha amatividad.»
—«¡Magnífico! ¿Le vio los dientes?»
—«Superiores. Este no fumaba.»
Durante largo rato permanecimos allí conversando.
La tarde había caído, y la noche insinuaba sus sombras. Ya no se distinguían las caras de los que pasaban por la vereda de enfrente. Estábamos indecisos sobre permanecer más tiempo ó retirarnos, cuando un individuo pasó á nuestro lado. Su presencia habría sido para nosotros como la de los de-