Porque hemos terminado, no ha mucho, nuestra tarea es que escribimos la introducción. Y a la verdad que a no ser así no sabemos lo que hubiésemos podido decir.
No os asombréis, ¡no conncíamos a nuestro país! y lo que es peor lo ignorábamos.
Toda vez que accidentalmente se evocaba su pasado en nuestra mente, nacían, allá entre el cúmulo de los recuerdos de nuestra niñez, en misteriosa lontananza y como por mágico conjuro, el ruido fragoroso de las armas y el sonar victorioso de los clarines. Y al contemplar el cuadro apenas se animaban en nuestra conciencia los íntimos anhelos del corazón, las grandes esperanzas e ilusiones y las ideas que se agitaron en las mentes de sus hombres de pensamiento; y poco sabíamos de cuáles fueron sus espíritus amigos.
Es leyendo los papeles del pasado, papeles viejos que emanan efuvios misteriosos, como se siente la vida de su espíritu. Y cuando esos papeles no son lo de sus difícil política sino los de su cultura incipiente, ¡qué dieba!
Os diré aquí, tan sólo, lo que en realidad es un consejo: Seguid la lectura, lector amigo. Vos sabréis, al final, el prólogo que a esta labor, no exenta quizá de «bordados de imaginerías», corresponde, que una íntima voz me dice al oído: no seas vano y no hagas aspa-