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CAPITULO XII


Siete semanas más tarde cruzaba por la carretera real[1] que conducía á Babilón desde el Occidente, un largo convoy de coches y jinetes de diferentes clases, en dirección á la gigantesca ciudad, visible á gran distancia.

En uno de los vehículos de cuatro ruedas, que decían harmámaxa[2], con muchos dorados y tapices de brocatel y oro, y que podía cerrarse con cortinas, bajo el techo que sostenían columnas de madera, iba sentada Nitetis, la princesa egipcia.

Junto al coche cabalgaban formando su séquito, nuestros conocidos los nobles persas, y el destronado rey de Lidia con su hijo.