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DEL REY DE EGIPTO

mandó construir, y todos sus amigos, incluso el mismo rey, procuran hermosearla cada año con nuevos primores. ¡Trabajo inútil! Aunque lleven á la casa todos los tesoros del mundo, su mejor tesoro será siempre su espléndida dueña.

El anciano se levantó, echó una rápida mirada al edificio, arregló su espesa barba gris que le cubría los carrillos y toda la parte inferior del rostro, dejándole sólo libres los labios[1], y dijo secamente:

—Mucho caso haces de esa Rodopis, Fanes. ¿De cuándo acá gustan los atenienses de las viejas?

El interpelado sonriéndose, contestó con cierta fatuidad:

–Creo que entiendo algo en eso de juzgar á las personas y especialmente á las mujeres, y vuelvo á asegurarte que en todo Egipto no conozco otra más noble que esa anciana. Cuando las habrás visto, á ella y á su linda nieta, y oirás tus melodías favoritas cantadas por un coro de esclavas perfectamente amaestradas[2], me darás las gracias por haberte llevado allá.

—Con todo—respondió gravemente el espartano,—no te hubiera seguido, á no abrigar la esperanza de encontrar aquí al delfio Frixos.

—Le encontrarás y confío en que el canto te hará bien, sacándote de tus tétricas meditaciones.

Aristómajos hizo un gesto negativo con la cabeza y repuso:

—Es fácil que á ti, liviano ateniense, te anime el canto patrio; á mí cuando oigo las canciones de Alkman[3], me sucede lo que en las noches que paso soñando despierto. Crecen mis anhelos lejos de calmarse.

—¿Piensas, acaso—preguntó Fanes—que no deseo volver á ni querida Atenas, ver los sitios donde jugaba cuando niño, y contemplar la vida animada de la plaza pública? Júrote que tampoco me gusta á mí el pan del destierro; pero sabe éste mejor con un trato como el que esta casa ofrece, y cuando mis amadas canciones helénicas, cantadas por ti con maravillosa perfección, resuenan en mi oído. Entonces surge en mi imaginación el recuerdo de mi país; veo sus olivares y sus bosques de pinos, sus frescos ríos de esneralda, su azulado mar, sus esplendorosas ciudades, sus nevadas cumbres y marmóreos pórticos. Una lágrima, amarga y dulce á la vez,