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asesina, en el cerco de Zamora, á don Sancho II, el hermoso y bravo monarca cuyo es el encomiástico epitafio que yo he leido, y copiado, en el celebérrimo y grandioso monasterio de Oña: Sanctius forma Paris et ferox Hector in armis...

Aquí está el Cid en su verdadero carácter de héroe legendario.

Castellanos y navarros no querían admitir al nuevo rey, don Alfonso VI, sin que antes prestase juramento de no haber tenido parte alguna en la muerte del infeliz don Sancho. Ningún rico-hombre se atrevía á exigírsele.

¿Que importaba? Ruy Díaz, aunque el más jóven de todos, se adelanta hacia el futuro monarca y él sólo

»hizo hacer el rey Alfonso
»el Cid un soleme juro
»delante de muchos grandes...
»en Santa Gadea de Burgos... [1]
.................
»sobre un cerrojo de hierro
»y una ballesta de palo [2]

Lo cierto es, amigo Méndez, que existe aun—cosa rara— la bizantina iglesia de Santa Gadea (Santa Agueda) de Burgos, y allí se enseña al curioso un antiquísimo cerrojo de hierro que sirvió para el juramento que los romances consignan, si hemos de creer la constante tradicion burgalesa, guardada sin quebranto hasta nuestros dias por los naturales de aquella ciudad hidalga, idólatras del héroe castellano.

Aun á riesgo de pecar de difuso, no puedo resistir al deseo de copiar algunos versos de un bello romance del siglo XV que se ocupa de este asunto, romance inextimable por muchos conceptos.

Dice asi:

«Villanos mátente, Alfonso,
villanos, que non fidalgos...
mátente con aguijadas,
no con lanzas ni con dardos,
con cuchillos cachi-cuernos
no con puñales dorados,
abarcas traigan calzadas
que no zapatos con lazo,
capas traigan aguaderas
non de contray ni frisado,
con camisones de estopa
non de holanda ni labrados;
y sáquente corazón
por el siniestro costado
si non dijeres verdad
de lo que te es preguntado:
si fuiste, ni consentiste
en la muerte de tu hermano.»

Alfonso VI escucha enojado, mas reprimiendo su ira, las frases de Rodrigo; y luego contesta:

  «¡Muy mal me conjuras, Cid!
»¡Cid, muy mal me has conjurado!
»Porque hoy le tomas la jura
»A quien has de besar mano [3]

como dice el antiguo Cronicón del Cid: Varón Ruiz Diaz, ¿por qué me afincades tanto, ca oy me juramentastes, e iras besaredes la mi mano?

Destiérrale Alfonso, y el caballeroso procer al disponerse á obedecer la sentencia,

        «magüer que no soy culpado,»

dirígele estas generosas razones:


  «Membrad vos, rey don Alfonso
»de lo que agora os fablo.. ..
«que yo fago pleitesía
»á San Pedro y á San Pablo
»de mezclar, Dios en ayuso,
»mi hueste con los paganos
«y si finco vencedor
«poner á vueso mandado
«los castillos y fronteras,
«pueblos, haberes, vasallos [4]

¿Para qué he de continuar analizando los populares romances que cantan al Cid, al valeroso Rodrigo Diaz?

Nótanse en todos ellos dos opuestos caracteres, dos tendencias enteramente distintas: la bravura, la hidalguía, la noble entereza, están vinculadas en el héroe castellano; á Alfonso VI, uno de nuestros mas renombrados monarcas, el conquistador de Toledo, atribúyenle los romanceros antiguos la animosidad, la soberbia y hasta algún tanto de envidia.

Y permítame usted, amigo mió, que le haga conocer una observación que tengo hecha, desde hace algunos años,— quizá no muy fundada:—el pueblo español, en los tiempos pasados, se complacía en presentar á sus héroes más queridos en abierta pugna con sus naturales señores.

El, en sus romances, nos ofrece á Pelayo, perseguido por Witiza y Rodrigo; á Bernardo del Cárpio, castigado severamente por Alfonso II; á Fernan-Gonzalez, víctima de los monarcas leoneses; á Ruy Diaz, el Cid, desterrado con soberana injusticia por Alfonso VI.

Como si fuesen los reyes, en sentir del pueblo, ora estén cubiertos con el manto de púrpura y armiño ora vestidos con la cota de malla de los conquistadores, la piedra de toque donde deben probarse los corazones fuertes, los ánimos levantados y generosos.

IV.

Nada más fácil, mi buen amigo, que adivinar al Cid de la leyenda: todos le conocen , desde los más humildes copleros

  1. Biblioteca, etc., rom. 56, pág. 53.
  2. Biblioteca, etc. rom 57, pág. 54.
  3. Loc. elt.
  4. Biblioteca, etc. (edicion de Rivadeneira: Madrid, 1854), rom. 824, pág, 529.