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las charcas dulces que la compañía ha construido con este objeto, mientras la barca que sustituye al puente los trasporta del Asia al Africa por este nuevo estrecho de Lesseps.

Llégase al Guisr, célebre para la empresa por los grandes desmontes que en esta cordillera de arenas ha realizado, y más célebre aun para los piadosos lectores del Nuevo Testamento por los recuerdos cristianos que trae á la memoria. Una de aquellas pequeñas colinas sirvió de paso á la Santa Virgen, cuando cargada con su dulce Hijo verificó su huida á Egipto, temiéndolas persecuciones de Herodes. Aun hoy los árabes llaman á esta colina Gebel-Mariam, montaña de María, y sobre ella se ha levantado una bella capilla bajo la advocación de Santa María del Desierto. Aquí paró la nave de la emperatriz, pues S. M. deseó adorar á la Virgen en el propio terreno de sus infortunios.

Poco mas allá del Guisr ha levantado el virey un lindo kíosko para gozar de las soberbias vistas del lago Timsah. Este lago es el mar de artificio construido por la compañía, sobre las charcas cenagosas y pestilentes que se encontraban en esta parte baja del desierto. Aquí ha fabricado Mr. de Lesseps un puerto central, azul como el Mediterráneo, cuya superficie no es menor de 2,000 hectáreas, y cuya circunferencia no baja de 15 kilómetros; aquí se ha levantado Ismailia, esa nueva ciudad confluencia del canal dulce y del canal salado, encuentro de los ferro-carriles y de toda la navegación del istmo; Venecia del Desierto, como los viajeros la llaman, rodeada de jardines, poblada de templos y palacios; capital cuya primera piedra se fundó en el suelo el 27 de abril de 1862, y hoy tiene 5,000 habitantes, y escuelas, biblioteca pública, teatro, fondas y hoteles magníficos, sociedad coral, orquesta de conciertos cafés y hermosas calles, plazas y paseos.

Ismailia, como dije, era el punto de parada en la primera porción del trayecto, ó por mejor decir, era el trayecto todo, pues desde Ismailia hasta Suez poco se encuentra de notable, y nunca hubo dudas sobre el éxito seguro del canal.

La llegada de la flota al lago Timsah fue solemne y magnífica. De todos los buques partían cohetes y bombas de colores para unir el regocijo con los fuegos artificiales, las músicas é iluminaciones que brotaron como por encanto de la nueva ciudad. El lago de los cocodrilos (timsah) del antiguo Egipto, se veía la noche del 17 de noviembre poblado de los mas bellos barcos del mundo y de la mas ilustre concurrencia de la moderna civilización.

No hay que decir que la ciudad es pequeñísima para dar albergue á concurso tan numeroso: me bastará recordar el campamento de tiendas de que á bordo de la Berenguela me habló monseñor de Baüer para fijar el punto en que á los convidados se nos aguardaba. Este campamento se componía efectivamente de mil tiendas iluminadas y preparadas con gran comodidad para cuantos llegasen; pero aunque vistoso y pintoresco en estremo, no era el campamento europeo tan agradable ni con mucho como el campamento indígena.— Una multitud de árabes, destacados de todos los confines de] Egipto, había venido á presenciar las fiestas, situándose en un arenal junto á la playa de Ismailia. Era infinito el número de tiendas de esta gente; pero era aun mas infinito el número de árabes que sin tienda y sin abrigo ninguno clavaron su lanza en la arena, ataron á ella su caballo y se tendieron á los pies. Imposible sería dar idea bastante aproximada de este campamento, más lujoso que el nuestro por la variedad, más característico por la verdad, más pintoresco y propio del sitio en que nos hallábamos por todas sus estrañas circunstancias; pues allí, camellos y caballos, tiendas y hombres, lanzas y espingardas, alforjas y canastos de comestibles, zambras y músicas, formaban verdaderos aduares de alegría y regocijo oriental. Aquel campamento era la matriz de donde se ha sacado en reducción la feria de Sevilla.

En efecto: á las diez de la mañana del 19, los barcos régios en cabecera, como á la salida de Puerto-Said, y en el orden de distancias y número ya dicho, partimos de Ismailia con rumbo á los Lagos Amargos. En el trayecto de esta caminata sólo se encuentra un objeto digno de atención, ó por mejor decir, dos objetos del órden negativo: las ruinas de Serapium y los vestigios del canal de los Faraones.

El templo de Serapis, construido en este lugar sobre piedra ile granito en proporciones colosales, valía algo para los antiguos egipcios, como para los castellanos del renacimiento la peregrinación cristiana á Compostela.-—Sabido es que Serapis, dios egipcio de la mas remota antigüedad, que conservó su culto entre los romanos hasta ca«i el advenimiento de Jesucristo, era el dios supremo y prepotente, el que resucitaba y daba la vida y la salud. Mezcla de Orisis y de Apis, de cuya conjunción parece tomar su nombre, Serapis tenia culto en todos los pueblos y templo en todas las ciudades; pero el templo y el culto de este lugar en que ahora estoy, era el centro religioso de Egipto y á él se dirigen las peregrinaciones en caravana.

Al pie del gran Serapium corría el canal del Nilo, que llevaba sus aguas al mar Rojo; y esta circunstancia, junto con la de ser el terreno á propósito para estación marítima, da motivo á sospechar si el templo se labró por estar allí el corpartímiento natural de las aguas, ó si esta parada de las aguas tuvo origen en la existencia del templo de Serapis. Sea de ello lo que quiera, hoy el curioso puede ver allí que la traza del canal Lesseps es la misma que la traza del canal Necos, asi como mas adelante se verá que los ingenieros egipcios hacían desembocar en Suez las aguas del rio padre, en el mismo punto en que los ingenieros franceses han hecho desembocar las aguas del Mediterráneo. Sublimes coincidencias del ingenio del hombre!

Los 14 kilómetros que median entre Ismailias y Serapium, así como los 49 que hay desde este punto á Chalouf, no tienen otra perspectiva de recreo que la navegación por los Lagos Amargos. Estos lagos, ó mejor dicho, este mar de invención moderna, ya lo he referido antes, tiene una estension de 15 kilómetros. Su origen parece provenir de traspiraciones subterráneas del Mediterráneo; pero en el día era forzoso nivelarlo y cubrirlo de agua por la superficie de la tierra, para cuya operación se han necesitado, á mas de trabajos gigantescos de draga y de roturación en seco, todas las aguas del canal marítimo por espacio de muchos meses, pues su nivel no ha crecido sino en tres centímetros y medio cada veinte y cuatro horas.

La perspectiva del viajero en los Lagos Amargos es imponente y dulce á la vez. Ya no camina por un río artificial; ya no se encajona por los saludes de la trincheras; ya el cielo violado, la arena roja y el agua azul, le permiten divisar el Asia y su poético mar, en plena navegación suiza. La tarde que declinaba, el sol que dirigía sus rayos oblicuos sobre las cabezas de los pasajeros sobre los puentes; el ánimo, que se saciaba en admiración de ver cumplida una obra tan inmensa, la luna, que apuntaba su disco en pleno grandor, aquella naturaleza intacta que nosotros roturábamos para hacerla fértil y rica, todo contribuyó sin duda al pensamiento de la nave capitana de hacer la noche en los Lagos Amargos para entrar á la mañana siguiente triunfantes en Suez.

Allí se pasó la noche en fiesta muda, con solemne contraste de la anterior, pero sin que ninguno se decidiese á tomar el lecho hasta la madrugada.—Ayer fue la fiesta del cuerpo y de los sentidos; hoy era la fiesta del alma y de la reflexión.

Por la mañana llegamos á la trinchera de Chalouf, sitio el más peligroso y estrecho del canal, como que sobre rocas durísimas ha sido abierto en seco y á mano por ocho mil hombres en dos años de incesantes labores. Desde aquí se domina el golfo de Suez, del cual distamos 14 kilómetros solámente. La embocadura en que vamos á entrar era llamada por los árabes Bad-el-Mandeb (Puerta de las lágrimas), y hoy va á ser la puerta del regocijo.

Hasta aquí la Nereida del mar Rojo había sido muy cruel con los navegantes, á quienes, según la frase arábiga, tendía sus blancos brazos cubiertos de corales para sujetarlos y hundirlos en las aguas. De hoy en mas el diablo del vapor y el ingenío del hombre han desenmascarado á la diosa rebelde, y los bancos de coral, y las ollas y los tifones no serán en adelante peligros sérios para el semita.

El golfo de Suez se adelanta bastantes kilómetros hácia el istmo, confundiéndose con unas lagunas, á las cuales hemos proporcionado corriente con el canal. Esta estension de arena, cubierta con el agua del Rojo, y que forma parle integrante del mar, suele en las bajas mareas, sobre lodo del equinoccio de primavera, quedar completamente en seco, merced á los vientos del Norte que azotan las escasas aguas. En cuanto el viento cesa, la mar vuelve á cubrir la playa ¡pero los conocedores aprovechan esas horas para pasar sus ganados de Asia á Egipto, con cuyo procedimiento ahorran tiempo y dinero abundantes.—Moisés, por milagro de Dios, llegó á ese punto en los momentos de sequedad, y ganó la tierra vecina con sus huestes, al paso que Faraón, desconocedor de la gracia, quiso seguir las huellas de su enemigo con las suyas, y pereció con ellas entre las olas. Hé aquí, salva fidoe, la esplicacion de la catástrofe:

Los franceses que caminaban conmigo, entonaron en aquel lugar la sublime plegaria de Rossini.

Pero callen los cantos y la historia: los cañones resuenan en esa misteriosa playa, enorme aquarium de moluscos no inquietados por nadie desde la creación. ¿Qué músicas son esas? ¿Qué banderolas de colores se lanzan á los aires? ¿Qué campanas repican? ¿Qué gritos de entusiasmo nos ensordecen?—Es Suez, la tercera ciudad del istmo, el obstáculo que las Indias encontraban al llegar á Europa; es la puerta de las lágrimas que hoy rechina de regocijo sobre sus goznes.— «¡Paso al vencedor del desierto! ¡Viva Lesseps.»—Hé aqui las voces que se escuchan.

—Pero, Señor (murmura el héroe), aquí vienen reyes y emperadores, príncipes y magnates; gritad por ellos.

—No, no (contesta la multitud): esos reyes vienen de escolta tuya, son los que solemnizan tu gloria:—«¡Viva Lesseps!»

Así desembarcamos en la hermosa ciudad anglo-francesa de las costas asiáticas.—Los anímalillos infusorios, producto de la estrema salazón de las aguas, que al descender sobre ellos los rayos de un sol abrasador, se produce la reverberación dorada á que este mar debe el nombre de Rojo; las millaradas de infusorios, decía, que han sacado las cabecillas libremente hasta ahora para asustar al marino, debieron huir la mañana del 20 al fondo de los abismos; porque el mar Rojo no era rojo, sino azul; las aguas batían en un hermoso puerto; escuadras mercantes de todos los países aguardaban entre vítores y fiestas que se les abriese la puerta burladora del cabo de Buena Esperanza; nunca como este día el mar asiático ha debido con razón llamarse de las perlas.

Sí: perlas en el cielo, en la tierra y en el mar; perlas en los ojos de los que aquello contemplábamos, por admiración al hombre y gratitud á Dios.

No terminaremos esta reseña sin añadir la clarísima esplicacion que hace en otra de sus cartas el señor Castro y Serrano del trayecto del canal. Estableciendo la diferencia que hay entre el antiguo de Necos y el nuevo de Lesseps dice, de este, comparando los puntos que recorre con poblaciones de España.

Hay que rodear, como si dijéramos, la costa cantábrica, para buscar su embocadura en Puerto-Said, esto es, San Sebastian. De San Sebastian corre en línea casi recta por Logroño, Soria, Guadalajara y Ciudad-Real, hasta Manzanares: aquí describe una curva por el confín de la provincia de Albacete, para salir al mar por Cartagena. Es por consiguiente, Puerto-Said San Sebastian, los Lagos Amargos, Manzanares y Cartagena Suez.—El Cairo, capital de Egipto de hoy, se halla situado con respecto á Suez y á Alejandría, como entre la Coruña y Cartagena está Granada, es decir, fuera del canal. Entre Alejandría y Suez hay un ferro-carril que pasa por el Cairo. Creo que el lector me ha comprendido y que ya puede trazar en un papel el plano de esta parte del Egipto y los perfiles de ambos canales interoceánicos.


LA FE DEL AMOR.

NOVELA

por

D. MANUEL FERNANDEZ Y GONZALEZ.


I.

Cerca del pueblo de Leganés, en los alrededores de Madrid, hay una ermita, la de Nuestra Señora de Bularque, muy venerada de los sencillos campesinos de los contornos: esta ermita está rodeada de huertas frondosas y amenas, entre las cuales se revuelve un laberinto de senderos y caminejos que aislan estas huertas entre sí, y que se pierden bajo la sombra de los altos árboles frutales: el Arroyo de la Fuente y el de Bularque, confluyen en este sitio, no lejos de la ermita, y marchan juntos para caer una legua mas allá en el Manzanares: por la parte de arriba corre la carretera de Leganés á Madrid, y de una y otra parte, las espesuras, los sotillos, los vallados, hacen estos lugares pintorescos y bellos durante la primavera y el verano, mientras los árboles conservan su verdor con todos sus tonos, con todas sus varíantes, y mientras luce el día; pero cuando llega la noche, y mas sí es cerrada y oscura, estos lugares aparecen medrosos, lúgubres, y lo mas á propósito para encubrir hazañas de mala gente.

La ermita está situada en medio de un espacio redondo de poca estension, de una especie de pequeño prado, siempre fresco y verde, á causa de una fuente que junto á la ermita corre, produciendo un pequeño arroyo que va á perderse en las huertas.

A la puerta de la ermila, y cerca de la fuente, que se desprende de un pilar de piedra, hay tres altos y frondosos álamos negros formando un grupo, y al pie de ellos un viejo y desvencijado banco de madera, donde se sentaban los enfermos, ó los tristes, ó los desdichados, ó los enamorados que creian en la virtud del agua de Nuestra Señora de Butirque para curar las enfermedades del alma y del cuerpo, y para convertir en buena la mala fortuna: colgado del troncó del árbol del centro había un cepillo pintado de azul, en que debían echar una limosna los enfermos, sí no querían fuese ineficaz para ellos el agua milagrosa.

Ocho o diez senderos se abrían en la verde circunferencia que servia de cerca á la ermita : unos conducían á las huertas, otros al pueblo, otros á la carretera.

Él momento en que el autor os lleva á estos lugares, mis amados lectores, .era la puesta del sol de un sábado del mes de julio de 181...; como de costumbre, habia una gran salve