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Vista del volcan tomada desde el edificio del palacio municipal á 32 kilómetros de distancia.


cia de Roma. La historia y la tradición atribuyen en suma á aquel segundo rey del pueblo romano la gloria de haber difundido en él las primeras semillas de la verdadera civilización, inspirándole ideas religiosas, el amor á las artes, á la paz, y sobre todo á la agricultura, fuente la más fecunda de la prosperidad de los Estados.

VI.

Sucedióle Tulio Hostilio en el año 83 y en su tiempo ocurrió aquella tan famosa guerra entre Alba y Roma á que puso término el combate singular entre los tres hermanos Horacios y los tres Curiacios, inmortalizado por la musa trágica de Corneille: su resultado fue la definitiva incorporación de la poderosa ciudad y del territorio de Alba en la monarquía romana. Treinta años duró el reinado de Tulio Hostilio, á quien sucedió Anco Marcio, nieto de Numa, que enganchó hasta el mar los límites de su imperio, absorbiendo en él varios pueblos circunvecinos, encerrando en el recinto de su capital los montes Aventino y Janiculo y abriendo en la desembocadura del Tiber el puerto de Ostia. Se le atribuye haber introducido en los ejércitos romanos las primeras reglas de la láctica. Reinó veinticuatro años.

VII.

Tarquino Prirco, denominado también por nuestros historiadores el Viejo ó el Mayor, para diferenciarle del otro Tarquino el Soberbio, último rey de Roma, subió al trono por elección á la muerte de Anco Marcio, en el 139, y fue no menos batallador y afortunado en armas que sus antecesores. A cada nuevo reinado adquiría Roma nuevos territorios. Sus victorias sobre los Etruscos, con quienes habían formado alianza los Latinos y los Sabinos, le valieron la gloria de inaugurar lo que luego se llamó los honores triunfales, pomposa denominación que llegó á ser uno de los mas poderosos estímulos del heroísmo romano. Pero de que también, como de todo, se abusó mucho andando el tiempo bajo las ya corrompidas costumbres de los emperadores. Nerón, Calígula y tantos otros alcanzaron el triunfo por hazañas ó estériles ó imaginarias, pero durante la República, época la más gloriosa de Roma, aquella hermosa recompensa fue siempre merecida, ó como hoy se dice, fue una verdad. No solo en la guerra hizo aquel primer Tarquino grandes cosas; no solo ensanchó y hermoseó la ciudad, sino que él fue quien hizo construir los gigantescos acueductos que todavía subsisten y quien echó en el monte Tarpeyo los cimientos del Capitolio, que dedicó á Júpiter, Juno y Minerva. Después de haber reinado treinta y seis años, murió asesinado en su palacio por los hijos de Anco Marcio, en cuyo detrimento habia logrado hacerse elegir rey, dicen los historiadores; prueba, ó indicio á lo menos, de que á pesar del carácter electivo de aquella monarquía, la familia del soberano se consideraba siempre en posesión de algo parecido á un derecho hereditario.

No obstante, también, la pureza tan decantada de aquellos primitivos tiempos, Servio Tulio, hijo de un esclavo y yerno de Tarquino, se apoderó del poder supremo con amaños y sobornos, á despecho de la oposición del Senado; pero justificó en cierto modo aquella usurpación, domando á los Veyenses, á los Etruscos y á otros pueblos rebelados contra Roma, mereciendo por ello tres veces los honores del triunfo y erigiendo con esas tres ocasiones tres templos á la Fortuna. Sabedor por experiencia de cuanto aprovecha la largueza, después de haber adquirido el poder á costa de pagar las deudas de la plebe, lo consolidó distribuyendo entre los ciudadanos las tierras de los pueblos vencidos, pero para que no fallase en él la regla constantemente observada de que todos procuran inutilizar el instrumento de que una vez se han servido para lograr ilícitamente sus fines, Servio Tulio, dotado do más capacidad que gratitud , no paró hasta amenguar y casi anular la influencia de la plebe en los comicios. Con la mira aparente de proporcionar los impuestos á las riquezas individuales, y de impedir que los pobres pagasen tanto como los ricos, mandó hacer un nuevo censo de población, base de las grandes reformas que proyectaba. Dividió la población en seis clases: la primera que comprendía á los ricos formaba veinte centurias; las cuatro clases siguientes, cuya riqueza iba disminuyendo proporcionalmente, formaban noventa centurias; la sesta, compuesta de los pobres y de los proletarios, á pesar de ser naturalmente la más numerosa, no formaba más que una centuria; en cambio quedaba exenta de pagar contribuciones y de irá la guerra, beneficio ilusorio el primero, pues consistiendo entonces el impuesto en frutos de la tierra, claro era que no habian de pagarlos más que los posesores de tierras y los pobres no las poseían; y nulo igualmente el