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pectadores disputaban y se iban á las manos-, y para que nada fallase, hubo un chusco que se llevó un cencerro.

Escenas son eslas que rechazan el buen gusto y la cultura; pero qué le hemos de remediar; siquiera para que se diga que somos galantes y complacientes, tenemos que justificar la célebre invención geográfica de Domas: el Africa empieza en los Pirineos.

La verdad después de todo es, que la tal comedia, imitada de una francesa, es candida, inocente, inofensiva, insustancial. En ella no se ataca á la prensa, y si se le dan algunos pinchazos, es con un alfiler. No merecía, pues, ni las apasionadas censuras, ni los exagerados aplausos que han saludado su aparición; no merecía haber distraído á los individuos de la mencionada compañía de sus importantes tareas, y lo que amigos y adversarios han hecho es despertar una viva curiosidad hacia la Carmañola.

En efecto, lodos los ejemplares do esta, obra se han vendido, se agotará la segunda edición que se prepara, y hasta ha salido á luz, para recojer las migajas del festin, un periódico callejero con el mismo título.

Pero volviendo á la parte dramática de este asunto, debo decir que, según cuentan, la compañía de la Porra se propuso asistir á la tercera representación, y juzgarla con su inflexible critica.

—¿Qué compañía es esa? preguntará el lector.

—Yo no la he visto reunida, ni conozco sus estatutos: he oido decir que el verano pasado se presentó en algunas redacciones y apaleó á varios periodistas; he oido decir que es una de las formas más temibles de la opinión pública contemporánea, que es la última razón, y que sus argumentos son contundentes. Apenas se anunció que iba á ir á ver la Carmañola, cerró la empresa las puertas del teatro; apenas se ha dicho que va á asistir á las sesiones de la Juventud católica, los socios se han armado hasta los dientes.

Pero hago crónica, y no critica.

La muerte implacable ha adelantado este año el miércoles de ceniza en la alta sociedad.

Las más elegantes y bellas damas de Madrid preparaban caprichosos trajes para los bailes que debían celebrarse en los más aristocráticos palacios; reuníanse á menudo y en los gabinetes, en los palcos de la ópera, en los del teatro Español, en el paseo de la Castellana, en donde quiera que se veian, no hablaban más que de sus alegres preparativos.

El Carnaval, en efecto, ofrecía este año una gran animación.

De pronto cunden noticias dolorosas: la marquesa de Santa Cruz de los Manueles, fallece; don Ramiro Saavedra, pierde en tres días dos niños; nuevas desgracias llenan de luto á oirás familias, y las esperanzas risueñas se convierten en- llanto y en pesar.

¡Triste condición de la vida! Todos los proyectos han quedado en proyectos, los saraos anunciados se han suspendido., las bellas no lucirán sus caprichosos trajes: el elocuente Memento homo, ha venido á destruir las más dulces esperanzas.

Pero estos respetables dolores buscarán la soledad, el retiro, y cuando llegue el próximo domingo, Madrid olvidará sus penas, las estudiantinas recorrerán las ralles, los jóvenes se vestirán de mujer 6 irán al Prado á embromar á las bellas, se formarán comparsas burlescas, saldrán caricaturas políticas, los mozos de cordel alquilarán trajes con oropel, las criadas se disfrazarán para dar bromas en el paseo á sus amos, y al dia siguiente de esta loca alegría, llamará á nuestras puertas la Cuaresma, y entraremos en plena época de meditación.

¿Nos dejarán meditar los partidos políticos? Hé aquí la pregunta que lodos nos hacemos.

Nadie contesta, porque todos temen.

Hemos llegado, en electo, á una situación que hace inminente, no una larga guerra civil, porque hoy las luchas se terminan pronto, sino una confusión, un caos del que han de resultar por fuerza muchas victimas.

Seguro estoy de que si los autores de la Revolución de setiembre hubieran leido en el libro del porvenir y hubieran sabido lo que iba á suceder, ni Ayala fleta el Buenaventura, ni Topete hace pedir á la marina una España con honra, ni Serrano abandona su retiro de Canarias, ni Prim se ve obligado á aceptar en el buque que le condujo á Cádiz el modesto papel de doméstico de una familia aristocrática.

¡Qué aprisa se destruyó! ¡Cuántas dificultades para reedificar!

Hay en la situación política un quid que se llama la conciliación.

Forman la mayoría de la Asamblea tres fracciones que no logran fundirse; viven en el palacio de la representación nacional, como vivirían en una casa cualquiera, una suegra, un yerno y una cuñada que esperasen una herencia.

El espíritu de conservación, el interés particular de cada fracción, sostiene e) lazo que las une; pero todas tienen mal humor, y cuando se les acaba la paciencia, se sacan los trapillos á relucir, se dicen unas cuantas picardías parlamentarias, se amenazan, van á reñir, y al fin se calman, porque conocen que la herencia se les va á ir de entre las manos.

Gracias á esto, el pais se despierta un dia muy tranquilo, y los periódicos le dicen:

— La conciliación se rompe.

—¿De veras?

—Muy de veras: el gobierno va á reñir la batalla con los unionistas: va á hacer que se discuta el proyecto de matrimonio civil, y aplaza la cuestión de candidato al trono.

—¡Válgame Dios! ¡Estar pendiente de la veleidad de unos pocos!

Se acuesta el pais, sueña horrores, se despierta asustado, oye un aldabonazo en la puerta.

—¡Ya empezó el fuego!-esclama.

Pero, el aldahonazo lo dá la prensa, y sus noticias son satisfactorias

—La conciliación subsiste, dice; los prohombres de la mayoría lo han arreglado lodo; ya no se discute el matrimonio civil, y se va á poner fin á la interinidad.

Nueva alegría, el país lo ve lodo de color de rosa;pero al dia siguiente, una infracción del Código fundamental contra un ministro del tribunal de Cuentas, renueva el conflicto.

Como si esto no bastase, los radicales saben que la constitución de Puerto-Rico puede hacer en la Asamblea el papel de manzana de Paris, sabe que los unionistas desean aplazar su discusión, y dice:

—¡Discútase!

Conflicto número 444 del presente año; pero tranquilícense ustedes; se resolverá favorablemente en un banquete, á los que la actual representación nacional del país se muestra aficionada.

Entre tanto la Revolución parece que anda en un carro de violin, ¡ha á decir de violón, y si hoy el ministro de Fomento suprime el grado de bachiller con aplauso de los que no son aficionados á trabas inútiles, y si mañana el ministro de Ultramar suprime en Cuba el derecho diferencial de bandera, y da vigor al comercio de cabotaje, con aplauso también, la verdad es que el gobierno y las Córtes parecen dormir un sueño, cuyo despertar puede serles funesto.

Para dejar la tristeza de estas consideraciones, voy á contar un episodio de la vida intima que pudiera muy bien servil' de asunto para una comedia en un acto.

Y sin embargo, no es comedia, es historia contemporánea.

Un joven de los que forman parle del circulo elegante de Madrid, tiene una pasión loca por la pintura, y es un aficionado que podría muy bien pasar por un artista en toda regla.

Está casado, adora á su mujer, y ha logrado, sin huir de la sociedad, vivir la vida de la familia y ser dichoso.

El verano pasado, en vez de ir á Biarritz, se fué á Lequeitio.

Un dia que se paseaba por la alameda, debilite de) palacio de Uribarren, vió á una muchacha de quince á diez y seis años, preciosísima.

La belleza de la joven despertó su entusiasmo artístico, y procurando volver á verla, trazó en su álbum de viaje un retrato acabado de la hermosa vizcaína.

Era del barrio de Aranegui, y la perdió de vista, porque á los pocos dias abandonó á Lequeitio.

Al llegar á Madrid en el mes de octubre, empezó á bosquejar un cuadro.

Su cara mitad le sorprendió un dia diciéndole:

—He despedido al criado.

— Has hecho bien, si lo merecía.

—Era un insolente.

—Yo le reemplazaré con uno muy humilde.

—¿Sabes de alguno?

—Voy á escribir á Lequeitio para que nos envíen alguno de aquellos mocetones honrados y serviciales.

Quince dias después se presentó en la casa el criado pedido á Vizcaya, y su presencia y su carácter agradaron en estremo al artista y á su esposa.

El pintor aficionado trabajaba á hurtadillas en su obra, porque queria sorprender con ella á su amante compañera: así es que prohibió al criado (pie entrase en su gabinete de estudio.

—Pues yo he de entrar, se dijo éste.

Y en efecto, aprovechando hace poco un descuido, penetró en el gabinete, se quedó con la boca abierta ante los cuadros, las estatuas y preciosidades artísticas (pie encerraba, y movido por un refinamiento de curiosidad , comenzó á registrar los álbums que había sobre una mesa.

De pronto lanzó un grito: habia reconocido á una paisana suya, que algunos meses antes le habia ofrecido esperarle y casarse con él cuando volviera á Lequeitio.

—Esto es una picardía, esclamó el criado: me han traído aquí para separarme de ella: el amo y ella se entienden, me han, engañado; pero yo me vengaré.

Acto continuo fué á la sala, tomó de un velador un álbum en el que habia una fotografía de la señora, se apoderó de ella, y procurando que le viera su ama comenzó á imprimir sus toscos labios sobre la cartulina.

Asustada la joven esposa, reprendió al doméstico.

—¡Hagó lo que hacen conmigo, pues! contestó aquel muy angustiado.

A fuerza de pedirle esplicaciones, descubrió la señora la causa dé sus cuitas y pidió á su vez esplicacioncs á su marido.

Esta tempestad tuvo un arco-iris encantador.

El joven mostró á su ofendida mitad un cuadrito que estaba pintando, y que representaba unas bodas en Vizcaya. La joven hacia el papel de novia, y el criado el de novio: sin saberlo habia adivinado el lazo que unía á los dos paisanos.

— Ven acá idiota, dijo al doméstico... ¿qué ves aquí?

—Es María, y soy yo... contestó abriendo desmesuradamente los ojos... y nos bendice el cura...

—¿Piensas mal ahora de esa pobre muchacha, que ni me conoce siquiera?

El moceton no pudo contener algunas lágrimas de alegría, y en un arranque de sinceridad añadió:

— Señorito, desde hoy no me dé salario, ni me deje comer; he sido tan idiota, que no merezco ni el pan que como.

—Cálmate, sírvenos bien y este verano seremos mi esposa y yo padrinos de tu boda, contestó el pintor.

Para que se vea cuan curados están de espanto los franceses, el poco efecto que allí producen las convulsiones del socialismo, y el buen humor de los periódicos de París, voy á referir una anécdota que el Fígaro cuenta á sus lectores.

Un dia de estos, dice, un honrado matrimonio llevó á la alcaldía su vastago, niño de veinte dias, para que fuese inscrito en el registro civil. A los pocos minutos de ser presentado al alcalde, se vió salir á éste despavorido de su despacho pidiendo socorro. Hechas las averiguaciones competentes, se supo que el niño, desprendiéndose de los brazos de su nodriza, gritó enseñando los puños á la autoridad:

¡Muere, traidor! ¡viva la república! ¡viva Rochefort!

En presencia de este fenómeno, iba á reunirse la Academia de ciencias para examinarlo, cuando se supo que el niño habia tomado con auxilio de biberón, leche de una de las vacas que tiene en su alquería el diputado socialista Gambetta.

—No es estraño que el niño fuera socialista , dijo Mr. Proud'homme; lo habia mamado.

La alegría llega hasta el mismo Rochefort, preso en Santa Pelagia, como saben los lectores.

Está de buen humor, recibe numerosas visitas, y come con un apetito envidiable.

Después de haber almorzado opíparamente dias pasados, dijo, entre sorbo y sorbo de café, á sus amigos:

—Lo mejor de mi carácter es... mi estómago.

Si no costasen muchas lágrimas, serian muy divertidas las revoluciones, y más aun los revolucionarios.

Julio Nombela,