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los sacerdotes... caiga sobre el que tal diga el anatema.»

El obispo de Cádiz protestó contra la redacción de este proyecto, no queriendo que se considerasen como verdaderos obispos ú los que solamente fueran nombrados por el Pupa para compartir su solicitud pastoral, y objetando que los Ambrosios y los Agustinos no habían sido colocados en sus sillas episcopales por consecuencia de la investidura de los Soberanos Pontífices. A los ejemplos en este sentido que citó de los primeros siglos de la Iglesia, añadió otros hecbos contemporáneos; y recordó que el obispo de Salzbourg podía nombrar cuatro obispos sin recurrir al Papa.

Estas últimas palabras, sobre todo, conmovieron á la Asamblea. El cardenal Simonetta contestó que si el obispo de Salzbourg podía nombrar cuatro obispos, era; no en virtud de un derecho propio, sino por privilegio y delegación de la Santa Sede. El obispo de Cádiz interrumpió entonces al cardenal y le escitó á que demostrase sus palabras. Entonces aumentó la emoción de muchos padres, los cuales se levantaron con viva impaciencia contra el obispo de Cádiz, diciéndole: ¡fuera! ¡fuera! y esclamando: ¡anatema! ¡es un hereje! Y al mismo tiempo lucieron gran ruido para impedir con sus voces que el obispo continuara en el uso de la palabra. Llevando aun más lejos su impaciencia, interpelaron á todos los obispos españoles sobre las opiniones del obispo de Cádiz, y sostuvieron en términos formales que los obispos españoles suscitaban más dificultades al Concilio que los herejes. Los prelados así acriminados rechazaron la injuria devolviéndola á los que se la habian dirigido.

Interpusiéronse los legados y dieron cuenta al Soberano Pontífice de cuanto ocurría, y entonces Su Santidad, queriendo dar satisfacciones á los españoles, prescribió que se modíficase el proyecto de canon, causa originaria del tumulto.

Cuando tenia lugar aquel incidente, el cardenal de Lorena murmuró en voz baja, aunque con un ademan que pudo notarse: «Esto es inconveniente; jamás me hubiera yo atrevido á pronunciar una acusación semejante.» Después cuando volvió á su alojamiento se dice que añadió: »Si una afrenta semejante se hubiera hecho á un francés, yo hubiera apelado inmediatamente á un concilio más libre, y si éste no hubiese puesto término á tal abuso, todos nos hubiéramos vuelto á Francia.»

Hemos recordado este episodio por ser curioso, y al mismo tiempo por haber tomado parte en él un prelado español.

Volviendo ahora al decimonono Concilio que se está celebrando para dar una idea de las causas que han movido á Su Santidad á convocarlo, dejamos la palabra á la Civilta Católica, revista que ve la luz en Roma y que se espresa en estos términos:

«El Concilio ecuménico ha abierto sus sesiones; en el Vaticano: más de 700 obispos, que han acudido de todas las comarcas del universo, circuyen hoy como una corona al Vicario de Jesucristo. Los ancianos de Israel, los principes del pueblo de Dios se hallan ya reunidos sobre la montaña santa de Sion para anunciar á los pueblos la palabra de la verdad y la santa ley del Señor que encierra en sí la virtud de trasmutar los corazones. En verdad, que este es el más grandioso acontecimiento del siglo XIX; y además es, sin contradicción, el mayor de los remedios que podían emplearse contra los males que afligen nuestra época, ora sea en el campo de las teorías, ora sea en las costumbres. Es asimismo un nuevo milagro agregado á todos los que lia obrado anteriormente por medio del Pontifico Pío IX. Este Papa, grande, llamado con mucha razón el Papa de los prodigios, tenia ya asombrado el mundo con obras superiores á las fuerzas de un solo hombre. La definición dogmática de la inmaculada Concepción de Maria; el restablecimiento de la gerarquia católica en Holanda y en Inglaterra; la resistencia invencible que ha opuesto á los esfuerzos de la revolución en medio del desaliento universal; la condenación de los errores más predilectos de nuestro siglo, que ha pronunciado en el Syllabus; la unión admirable que ha sabido inspirar en el Episcopado; el ardor que ha suscitado entre los fieles para atender á las necesidades y apuros del Tesoro Pontificio por medio del dinero de San Pedro; el nuevo ejército católico de Cruzados, poniendo sus armas y su vida para defender el poder temporal; la general conmoción del mundo que tanto ha distinguido la fiesta del Centenario de San Pedro y el aniversario de la ordenación sacerdotal de Pió IX. lié aquí otros tantos prodigios que han llenado de asombro á todos los ánimos, sin excluir los más hostiles á la Iglesia; y de presente se añade el prodigio de la celebración del Concilio ecuménico, que entre todos los acontecimientos es acaso el más digno de consideración, tanto por causa de los efectos que está llamado á producir, como por las dificultades con que tropezaba su realización en el carácter de nuestros tiempos y en la naturaleza de las circunstancias.

En el año último, cuando en el dia de la fiesta de los Santos Apóstoles, el Soberano Pontifico anunció por la primera vez el Concilio por medio de la Bula Æterni Patris, el mundo juzgó este acto como una vana ó imprudente aspiración. Los incrédulos se burlaron de ello como de una idea loca, sugerida por una audacia ciega. Se sonrieron los políticos como de una tentativa impotente, singularmente porque se habia olvidado de consultarles y porque se habia prescindido de su concurso. Los sábios juzgaron peligrosa semejante idea. Aun entre los creyentes más resueltos se bailaron algunos que dudaron por algunos momentos, por razón de las condiciones dolorosas en que se bailaba el Soberano Pontifico.

Ahora bien, ¿en semejante estado de cosas, era posible el Concilio?

Sin embargo, á pesar de tan multiplicados obstáculos, el Concilio se ha reunido, y lia llegado á desmentir las predicciones del mal augurio. El Concilio se ha reunido, y lia inaugurado pacificamente sus sesiones. De este modo se ve recompensado el augusto Pontifico por la inmensa confianza que ha tenido en Dios, y entre las amarguras, con que los impios han procurado atormentarle, puede, por el contrario, gozarse de su triunfo y decir al Señor con el real Profeta: Secundum multitudinem dolorum meorum in corde meo, consolationes luce laetificaverunt animam meam. Tanquam prodigium factus sum multis, et tu adjutor fortis.»

Asi se esplica la Civilla, y en efecto es asombroso que en medio de las grandes complicaciones de la política universal haya podido reunirse el Concilio.

Digamos algo de la sesión inaugural. Un testigo ocular nos la describe en una carta, cuyos principales fragmentos reproducimos á continuación:

«Serian como cosa de las diez del dia 8 de diciembre último, dice el corresponsal, cuando el Papa apareció en el pórtico de la basílica á la puerta de la escala régia, llevado en andas en la silla gestatoria, y rodeado de todo su séquito. Entonces se puso en movimiento la procesión que le estaba esperando, compuesta de todos los funcionarios eclesiásticos de la ciudad eterna, los abades generales mitrados, los abades Nullius, los obispos, arzobispos, primados, patriarcas y cardenales. Detrás del Pontífice seguían los prelados di fiocchetto, los protonotarios apostólicos, los generales de las órdenes, los oficiales del Concilio y los taquígrafos. Entre tanto los cantores de la capilla Sixtina entonaban el Veni Creator y las salvas de artillería del fuerte de Santo Angelo anunciaban que habia principiado la ceremonia. Al llegar á la puerta de la basílica, el Papa se quitó la mitra preciosa (pues no llevaba la tiara), y dirigióse hácia el altar, en donde estaba expuesto el Santísimo Sacramento, y terminada la última estrofa del himno, cantó las oraciones. Rezadas éstas, los prelados pasaron á ocupar sus asientos en los escaños colocados á derecha é izquierda de la basílica sobre dos tablados que al efecto se habian levantado detrás del altar mayor. El Papa se sentó en un trono colocado en el fondo del semicírculo, en medio del colegio de los cardenales, en tanto que en el centro se situaban á un lado el Estado Mayor y al otro el Senado Romano. Cuando estuvieron todos instalados en sus puestos, el cardenal Patria, soto-decano, celebró una misa cantada basta la bendición. Luego monseñor Peuchez-Passavalli fué á pedir al Papa la bendición y la indulgencia antes de recitar el discurso de apertura. El Papa dió la bendición, el predicador publicó la indulgencia, y el cardenal celebrante dijo las primeras palabras del Evangelio In principium erat Verbum, retirándose cuando lo hubo terminado. Los sacerdotes de la capilla apostólica colocaron entonces un facistol en forma de trono sobre el altar, y monseñor Fessler, secretario del Concilio, colocó en él el libro de la Santa Escritura. Encima del mismo altar estaban preparadas las vestiduras del Sumo Pontífice. En cuanto hubo revestido la capa, recibió la obediencia de los padres del Concilio, y después de leer las plegarias del ritual, pronunció la alocución, después de la cual entonó las letanías de los Santos y dió las tres bendiciones super Synodum. Á la voz del cardenal primer diácono, todos los prelados se arrodillaron para hacer la oración mental, levantándose cuando el cardenal subdiácono dijo la fórmula: Erigite vos. Cantóse el Evangelio, y el prefecto dé las ceremonias gritó: Exeant omnes qui locum non habent in Concilio, Entonces, quedando solos los prelados, el secretario leyó el decreto de apertura, invitando á los padres á dar sus votos; abriéronse de nuevo las puertas, el secretario proclamó el resultado de la votación, y el Papa entonó el Te Deum.

Uno de los grabados que publicamos en este número representa la escena que acabamos de describir.

En el otro grabado aparece Pió IX rodeado de monseñores Patrizi, Reisach, Caterini, Bizarri, Bilio y Barnavo.

Hé aquí algunos datos biográficos de los personajes'que forman esta composición:

Pió IX, Juan María Mastai Ferreti, nació en Sinigaglia el 13 de mayo de 1792. Elegido Papa el 10 de junio de 1840, fué coronado el 21 de junio, y el 18 de noviembre del mismo año tomó solemne posesión del supremo pontificado.

Constantino Patrizi, presidente de la comisión directiva ; de cardenales, nació en Siena el 4 de setiembre de 1798. ["Fué elegido cardenal.el 23 de junio de 1834, pera hasta 1830 no publicó su nombramiento el Papa Gregorio' XVI. .Es además obispo de di Porto y Santa Rufina, sub-dean del Sacro Colegio, vicario general de Su Santidad y gran prior de la órden de Malta.

Carlos Augusto de Reisach, miembro de la comisión directiva del Concilio, y presidente de la político-eclesiástica, nació en Roth (Baviera) el 0 de julio de 1800. Fué encargado de la compilación del Syllabus.

Próspero Caterini, miembro como los anteriores de la comisión directiva y presidente además de la de disciplina eclesiástica, nació en Onano el 15 de octubre de 1795 y fué nombrado cardenal el 7 de marzo de 1853.

José Andrés Bizarri, miembro de la comisión directiva v presidente de la referente al clero regular, nació cerca de Palestina el 11 de mayo de 1802, y fué elegido cardenal el 16 de marzo de 1803.

Luis Bilio, miembro de la comisión directiva y presidente de la teología dogmática, nació en Alejandría (Píamonte) el 25 de marzo de 1826, y fué elegido cardenal el 22 de junio de 1866. Está además nombrado cardenal el 17 de diciembre de 1855.

Alejandro Barnabo, miembro de. la comisión directiva y presidente de la de misiones é iglesias orientales, nació eu Foligno el 2 de marzo de 1801, y obtuvo el capelo cardenalicio el 10 de junio de 1856.

El tercero de los grabados que consagramos á la reproducción de las escenas del Concilio, representa el altar en donde se venera la Silla de San Pedro.

La capilla está siempre llena de peregrinos y de curiosos, y ha sido en la época de la apertura del Concilio una de las preciosidades que con más alan lian visitado los viajeros.

Juan De Madrid.


LA PLAZA DEL PROGRESO.

Pueden considerarse las obras que no ha mucho se han verificado en esta plaza, como parte de los embellecimientos de Madrid.

Los antiguos habitantes de las casas que la rodean echan de menos los frondosos y elevados árboles que la adornaban; pero estos árboles hubieran quitado vista á la estatua del patricio don Juan Alvarez Mendizábal, que hoy se levanta en su seno, y desaparecieron siendo reemplazados por arbustos, plantas y musgo, rodeados de un enverjado ipie les da todo el aspecto de grandes canastillos.

Entre ellos hay sendas ó calles con cómodos bancos, v todo el jardín está rodeado por una verja de hierro pintada de verde.

En el centro, sobre una meseta de tres escalones, hay un sencillo pedestal de piedra, y encima la magnifica estatua del gran hombre de Estado, esculpida por Grajera.

Esta estatua, producto de una suscricion patriótica, ha necesitado la Revolución de Setiembre para salir del estudio de su autor. Hoy puede el pueblo contemplar la imagen de aquel hombre, que desde el escritorio de una casa de comercio logró llegar al primer puesto de la nación, gracias á su talento y á la energía de su carácter.

Á derecha é izquierda del pedestal se ven dos fuentes rodeadas por una verja de caprichoso dibujo. El agua forma al salir una especie de cono luminoso.

No necesitamos añadir que esta plaza-jardin está durante el dia llena de niños que corren y juegan, de niñeras distraídas y de soldados galanteadores.

Por las noches sirve de punto de cita á los enamora-