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EPISODIOS Y PAISAJES.

EQUINOCCIO DE MARZO,

I.

Fallaban pocas horas para el cómbate: unos soldados caminaban hacia Santander, oíros se atropaban á defenderles la entrada y era inevitable el choque. En otra ocasión diré la triste jornada, el fratricida encuentro, la sangre inútil y torpemente vertida. ¡Qué ambiente empapado en ira y miedo se respiraba dentro de mi afligida patria! ¡cómo latían los pulsos, cómo palidecían las frentes! ¡cuánta voz generosa no escuchada ni oída! ¡cuánto menguado intento servido! ¡qué de valor sano, oculto ó inerte en los pechos! ¡qué de mentida audacia prepotente y voceadora! ¡cuánta miseria triunfante, causa no castigada de dolores y lágrimas sin cuento!

Soplaba el Sur y el mar hervía: fondeada frente al muelle, una goleta de vapor, largó en popa el pabellón de guerra, se mecía y cabeceaba sobre su cadena, como lebrel atado é impaciente; escapábasele el fogoso resuello en blancos penachos de humo que el viento deshilaba y sorbía.— Barrido por el viento y el espanto parecía el muelle desierto y limpio; las vidrieras Sonaban estremecidas; la idea de que encerrados tras de ellas había quizás ojos que inquietos espiaban al buque amenazado por la mar acaso, acaso por la guerra, me trajo súbitamente á la memoria la imagen de otro barco que desde igual paraje entre amagos de tormenta partió, muchos años hace, llevándose, á bordo lo mejor de una alma, que esta alma no había de recobrar jamás.

Historia añeja, juveniles melancolías que asaltaban el espíritu en medio de los aprestos bélicos, ocasionadas á enervarle cuando mas necesitado parecía de varonil firmeza; y que amansaban por el contrario su altiva cólera, imprimiendo en todo, hombres y cosas, objetos y criaturas cierta misteriosa tinta y amortiguando la odiosa mancha impresa sobre la frente del rebelde dejaba en ella el solemne prestigio de los resignados á morir.

II.

De goleta era también el aparejo de estotro barco, goleta de dos palos, no de estas que disimulando á la vista el artificio y motor que las empuja tienen en su marcha tranquila algo de falso y alevoso, era una goleta franca velera, fina de tajamar, recogida de codaste, alta de cruz, suelta de guinda; de aquellas en fin, que largando todo su trapo en una bolina, parecían á lo lejos un copo de espuma barrido por el viento sobre el azul cristal de las aguas.—Llamábanla con el glorioso nombre de un navegante ilustre ó de un soldado, que ahora no recuerdo, Grijalva, Alvarez ú Ojeda, sea Grijalva: generosa costumbre de la marina española bautizar sus bajeles por tan heroico modo, dándoles paladión seguro en el apellido y la memoria de un héroe. ¡Cuándo arriará su bandera en combate un Churruca! ¡Cuándo cejará receloso ante costas bravias é inexploradas un Balboa! Cuándo será asilo de traiciones y felonías un Mendez-Nuñez!

Lista para levar estaba la Grijalva, aferradas las gavias, trincada la artillería, colgados los boles, á escepcion del chinchorro que arrimado á la Hampa larga botaba sobre la marejada en espera de alguien.—Era á la sazón el equinoccio de Marzo, y el día, uno de estos en que el cielo, cubierto y oscuro, desdeñoso de la sierra ó airado con ella, parece decir á los hombres: «no os arrojéis á empresas de peligro, »no provoquéis las recónditas iras de la naturaleza, no desasnéis sus fuerzas inmensurables y misteriosas, porque estaféis solos en la contienda: escondo mis luces para que no «sean pretexto á temeridades vuestras, nublo mi serenidad «sublime, porque no fiéis de encontrar en ella la que necesitareis en apuros solicitados por vuestra ambición ó vuestra soberbia; no me pidáis guía, ni consejo, auxilio ni «esperanza; aquí está el límite de vuestro poder, poned «freno á vuestro deseo.»

Dóciles al imaginado aviso los caracteres blandos y sencillos se retraen de obrar, recogiéndose en intimas contemplaciones; mas los enérgicos y aventurados , inaccesibles ó superiores á tales presentimientos y terrores, van sin flaqueza, sin incertidumbre al término á donde su deber les llama, ó acaso más noble y desinteresado estimulo.

Por esto la mujer supone que los halagos de la gloría curten y encallecen el corazón del hombre, y le acusa de duro y sordo á lodo dulce sentimiento, cuando la vertiginosa voz de afamados peligros llega á estremecer lo más hondo de sus entrañas.

Puestos al balcón de una casa, á espaldas del muelle, apuraban este asunto en interesante diálogo, una gallarda doncella y un oficial de marina.—Ya no se vé desde allí, como entonces se veía, el lejano arenal de las Quebrantas al pie de la sierra de Calizano , cubierto por las olas que entran desde el Océano, y repelidas por la arena, tuercen y se arrojan á llenar la bahía, lamiendo cansadas y vencidas los pies de la hatería de San Martin y la peñascosa ribera de Molnedo.

Fijos los ojos en el siniestro banco, tumba de tantas vidas, envuelto en la bruma de la rompiente, decia la muchacha:

—¡Mira qué mar hay! ¿Por qué quieres salir, si no es obligación tuya? Si lo fuese, yo misma te animaría á obedecerla: bien sé que para los hombres todas las obligaciones van antes que las del cariño... pero hoy, no sé lo que siento; me llora el corazón al pensar en su partida.

—¿No sabes,—respondió el mancebo,—lo que dice la ordenanza?

—Ni me importa saberlo: sé que no te manda embarcarle como lo vas á hacer, y esto me basta.

—Pues dice la ordenanza,—continuó el marino con cierta sorna aparente, pero con voz mal segura,—que el oficial español que se cimienta con cumplir estrictamente su deber y nada más que su deber, sea tenido por poco apto y merecedor de la honra de servir con las armas á S. M.

—La ordenanza sabrá mandar pero no sabe querer.

—No seas niña: hay orden de que salga la goleta á cruzar sobre Machichaco, el comandante va solo, su alférez está con licencia; como oficial y como amigo he debido ofrecerme, el brigadier ha aceptado y no puedo volverme atrás.

Empañada y triste se clavó la mirada de la doncella en la del oficial, su alma no tenia fuerzas contra la voz resuelta que la estaba hablando; acostumbrada á plegarse á la voluntad amada, cedía gustosa y sin imaginar nunca que aquella voluntad pudiese querer cosa contraria al bien y á la justicia. Su corazón aceptó la pena; mas abriendo las alas para buscar el regazo consolador de la esperanza.

—¿Tardareis en volver? dijo. —Apenas tres ó cuatro días de mar; salimos hoy martes, el domingo fondeamos frente al Suizo, y á la noche te encuentro en casa de López y bailamos el primer wals.

—¿Durará este tiempo?

—No lo creo; y además, ya me conocen los rociones y los chubascos.

—¡Vuelve pronto, por Dios! ¿volverás?

Del aposento á que daba luz el balcón salieron voces:

—Señoritos, adentro, que hay mucha humedad.

Y se cortó el coloquio, no sin que furtivamente se estrechasen la mano ambos amantes. Aun no había llegado á nuestras provincias la moda que autoriza entre estraños de distinto sexo esa pública demostración de franqueza y de cariño.

III.

Durante los siguientes dias no se dejó ver el s«l, por más que con ansia febril lo invocaba una alma apasionada, hecha á regocijarse con ver desde la orilla los limpios destellos arrancados por su luz meridiana á la bitácora y la colisa de un barco de guerra.

El tiempo era seco y duro; la ira del cielo como toda ira calma luego cuando se resuelve en lágrimas, mas el cielo persistía implacable sin desarrugar su ceño.

No á todos acongojaba la sequía: complacíanse en ella los aficionados á paseo, á quienes sobrados dias confina la lluvia dentro del cerrado claustro de la catedral.

Subían ahora á las alamedas del alba, prudentemente provistos de sendos paraguas, y dando la espalda al Noroeste, hácian su jornada, parándose á trechos, corlando la conversación para interrogar el horizonte y pronosticar del tiempo y de la mar, consultando la rompiente de Cabo-menor.

Sábado por la tarde llegaban algunos de ellos á la atalaya:—el mastelero ocioso y calado para resistir con ventaja las sacudidas del viento vibraba y se estremecía; las drizas silbaban cortando las furiosas ráfagas, á compás que los paseantes echaban mano á sujetar su sombrero.—Inútil rama de tronco muerto parecía aquel mástil que en tiempos bonancibles habla la alegre lengua de sus banderas á los escritorios de la ciudad, y apresura ó tuerce el paso del corredor, precipita negocios, ataja transacciones, á unos regocija, á otros apesara, y es parle activa en la vida mercantil, en sus cálculos y en sus pasiones.—Cuando embravecida la costa ahuyenta los buques , y si alguno pasa, corriendo el temporal, va invisible, envuelto en la espesa niebla, es ocioso el vigía.

Por eso el atalayero estaba á la puerta de su torre liando un cigarrillo.—Era un hombre provecto, singular en su decir y de quien gustaban los señores por su especial estilo.

—Mucha mar, Simón!—le dijo uno de los paseantes.

—Mucha, pero ya calma,—respondió el curtido marinero,—esta noche entra la luna, mañana estará el agua como un plato.

—Duro ha sido el tiempo!

—Ya ve V., el equinoccio: hace noches que se veia venir: cantaban muy alto las aves saturnas [1] —Ayer , ayer estuvo el dia bueno;—el que metiera las narices en el golfo! —ni á diez millas se aguantaba la marque venia del Norte.

—No han avistado nada?

—Avistar?—como no sea la freata [2] Casilda que se espera , ó la boleta [3] que salió á cruzar, pero quiá, se habrán hecho ajuera [4] y gracias.

Y decia verdad, inspirado por su experiencia práctica el veterano.—En la noche á que se referia, noche del viernes, la Grijalba abatida por la mar y el viento, luchaba por escapar del peligroso seno del golfo cántabro.—Envuelto en agua y en tinieblas, golpeado y sacudido por las olas, crugíéndole el cuerpo de dolor como cuerpo de un ser animado, perseverante y bravo el buque maniobraba con las reliquias de sus velas, las cuarteaba ó las cenia, sorteando ó recogiendo el viento, ayudándose para tomar altura.—El pito agudo, la ronca bocina gobernaban la acción y el movimiento de la combatida máquina: sus hombres en vela todos, calados, medio desnudos, obedecían unánimes y resuellos, jurando unos, encomendándose otros á la Virgen, todos en voz baja, empleando el caudal de energía que la obediencia y la disciplina acumulan para ser en hora suprema salvación de la honra unas veces, otras de la vida.

—Tierra por la proa! se oyó gritar con despavorido acento. Súbito cesó la faena, como sí glacial hechizo hubiese helado la sangre, paralizado la voluntad de todos aquellos hombres; fue un instante, un instante apenas perceptible, pero de infinito terror y angustia.—Un oficial, el que ya conocemos , se dirigió á proa con la rapidez que permitían los tumbos violentos del barco, agarrándose á los hombres, á la jarcia, á la tablazón; llegado asió con brio el firme estay del trinquete y se izó sobre el macho del bauprés: del insondable y tenebroso fondo que les rodeaba, vio arrancar y acercársele una mole informe, rugidora, negra, y antes de que sus ojos pudieran, discernir si era roca, nube ó agua, la inmensa ola se le desplomaba encima, arrastrándolo al revuelto abismo.

La espuma corría hirviendo y sonando por cima de la cubierta, los marineros más próximos derribados ó aturdidos por el golpe de agua, apenas recobrados vocearon:—¡Mi teniente!—pero ni un suspiro, ni un ¡ay! humano, respondió á la ronca y trémula pregunta.

—¡El teniente al agua! eco pavoroso y triste retumbó de boca en boca por la tripulación: incorporábanse sobre la borda, arrojaron al agua toneles vacíos, largaron estachas á una y otra banda, gritaron, llamáronle por su nombre; todo en vano.—Cuando el mar se enfurece y abre sus anchas fauces hambriento, no devora su presa, la traga y aniquila, sin dar tiempo á la agonía, sin consentir señal que sirva de huella al fraternal ausilio, pavesa, voz, fuerza ni despojo.

IV.

Conforme al pronóstico del atalayero, amanecía el alba del domingo levantándose un sol risueño y tibio por cima de la pelada sierra de Galizano.—Las alegrías primaverales del cielo son harto más dulces que la ardiente y continuada serenidad estiva. Vienen en pos de nieblas y lluvias, de pesarosas y sombrías horas, y traen al corazón las caricias de la nueva luz, la suavísima esperanza de los dias largos, de las noches serenas, de la campiña con flor, del árbol en hojas, del ambiente plácido, salubre, igual, vigor y gozo del mozo, respiro y tranquilidad del viejo, de cuya cavilosa mente espanta la tenaz idea de la muerte, el incesante amago de la dolencia.

Esos primeros verdores del año tienen particular misterio: de pronto se cubren de sonrosada nieve las ramas de los almendros, se oye vagar en los aires el vario cantar de los pájaros, y las violetas apenas coloridas por el pálido sol de invierno, y mudas en la mata, cobran la voz de su rica fragancia, derramándola en el ambiente para hablar amorosa y blandamente á los sentidos, al alma del hombre.

El rumor del mar sosegado semejaba el sordo alentar de una fiera rendida y quebrantada en la lucha, la brisa de Nordeste se despertaba y con ligeros vuelos venia á alegrar las banderas de los buques engalanados.

¡Qué alegres tocaban también las campanas de la Cate-

  1. Nocturnas, queria decir el atalayero.
  2. Fragata.
  3. Goleta.
  4. Afuera.