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mente los guantes, azorada por la idea de llegar tarde, no coger buen sitio y quedarse sin ver la misa y oir la plática de tu llustrisima.

Algo de esto acontecía en la casa del balcón que ya han visto mis lectores.—Tiempo sobrado para sus domésticos quehaceres habia tenido la enamorada: nunca pecó de indolente ó perezosa, más esa mañana habíala despertado con el alba, si es que se despierta cuando no se ha dormido, el pensamiento de que luego estaría la Grijalva anclada en el pozo llameando su pabellón y puestas á secar sus velas caladas por el mar y el cielo.—Este pensamiento la inquietaba, cuando al salir del portal oía discutir entre las señoras que la acompañaban, si picaba el sol ó no picaba, si andarían su camino por el muelle, ó por una calle costanera y angosta, á quien dejó nombre cierta reina Blanca alojada en ella, según cuentan los aficionados acosas antiguas.

Elegido el muelle alegróse su alma; pasajera alegría, porque cuando saliendo por una boca-calle al ancho riel de luz que inundaba las losas, defendiéndose dn los rayos solares con el libro levantado á raíz del pelo, tendió los ojos por la bahía, no vió en sus aguasal deseado barco:—alentóse oyendo á la inagotable esperanza susurrar en voz baja á su corazón: «aun puede llegar antes de la noche, antes de la tarde, antes de medio dia; quizás al salir de misa vas á verla.»

Y como pasasen cerca de los grupos de marineros, que de pie ó acostados ocupaban la acera embarazando el paso en aquellos parajes del Consulado y la Rampa larga, ella que. tantas veces motejó el abuso y los esquivó ahuyentada y ofendida en su olfato y en su oído, se les llegaba sin escrúpulo, acortando su andar, pretendiendo coger en sus rudas conversaciones una palabra, un dicho á qué unir su confianza, con qué esclarecer sus temores.

Si aquellos ásperos hijos de la costa hubieran adivinado su deseo, pronto le dejaran satisfecho, porque en ellos la rugosa corteza esconde siempre fibras sensibles á la agena necesidad y al dolor ageno; además, todos conocían á la doncella por el honrado apellido de su padre, por la vecindad de sus viviendas y porque era de las que con sentido orgullo nombraba el pueblo cuando quería con ejemplos encarecer la belleza ó la gracia de sus hijas.

Va sus contemporáneos envejecernos; y el tiempo, hábil artista que gusta de preparar sus lienzos, nos despuebla y rae la frente, listo i pintar sobre ella las señales definitivas de haber vivido, las inevitables arrugas, rastro de pesares, desgracias ó aflicciones.—Ella, sin embargo, permanece en la memoria, preservada de los años y sus estragos, perpetuada en el abril de los suyos; generosa y risueña, entusiasta y vi va, radiando limpia luz de sus ojos hermosísimos, meciendo al compás de los impensados movimientos de su cabeza inteligente y fina, dos largos rizos que le besaban las mejillas, y en que partia su negro pelo, independiente y estraña al común uso que de distinto modo peinaba á sus compañeras: retratada sobre el claro fondo de los paisajes juveniles, gentil y airosa no envejece, ni decae, ni muda; ¡celeste privilegio de los que mueren temprano!

En la capilla del Rosario se arrodillaron donde se arrodillaban siempre, porque cada familia en la iglesia tiene escogido su lugar predilecto, como tiene su devoción y Mi imagen preferida. Arrodilláronse y oraron, con mayor fervor y más largamente la que al parecer menos necesitada debiera estar de la misericordia y el favor del cielo.

Suben á Dios las oraciones, y se juntan en su divino regazo cuantas á un mismo fin van encaminadas para mover unidas su compasión ó aplacar su justicia.—Todas hablan allí concertadas y unánimes la santa lengua de la caridad, aunque en la tierra se hayan formado con palabras de diversos idiomas y sonidos.—Allí se encontraron las que brotaban en la capilla del Rosario con otras nacidas en estranjera playa. —Todas pedian lo mismo la felicidad del marino; pero aquellas se la deseaban en la tierra donde le suponían , éstas se la procuraban en el cielo adonde pretendían acompañar su alma.

Aquel sol que arrasaba de luz el muelle de Santander, secaba A la vez, al bajar de la marea las arenas de la costa francesa de Gascuña.—Tendido en ellas yacía el cadáver del jóven.—Descubierto por los costeños de una aldea próxima preparábanse á darle sepultura: los girones del uniforme desgarrado, sus b tonos y divisas bastaron á un viejo, práctico en navegar para definir la profesión y calidad del muerto.—Hechos á encontrarse y favorecerse en latitudes remotas, en ocasiones tremendas, en lances y aventuras, los marinos de todos los países sienten y conservan más apretado, más estrecho el lazo fraternal que debiera unir á todos los hombres.—Se aman, se ayudan y honran recíprocamente su uniforme y su bandera.—Reliquias de un naufragio, descolorid! y rota una bandera española, ofrecida por alguno de los generosos franceses sirvió de mortaja al oficial desventurado.—Siguiendo al cuerpo oraban hombres y mujeres; un sacerdote le roció con agua bendita, y quedó durmiendo el eterno sueño en aquella costa melancólica y triste, erial y pantanosa á trechos, á trechos sembrada de lúgubres pinos y tan diferente de su patria costa.

V.

Algunos meses después, la primavera siguiente, fondeó en Santander una poderosa fragata de guerra.—Hacía años que no se veía en el puerto buque español de tanto porte.—La gente jóven, ávida de ocasiones de reunirse y alegrarse, sobro todo allí donde hábitos, carácter ó pasajeras circunstancias hacen la vida reclusa y el trato ceremonioso y escaso, no perdió ésta de organizarse en bandos por tertulias ó familias para visitar la fragata.—Botes de abordo y botes del puerto iban y venían diariamente cuajados de bulliciosa carga; la hospitalidad y la cortesía, prendas tradicionales de los marinos españoles se prestaban á todo, la mesa de su cámara estaba constantemente cubierta de golosinas y refrescos, y á pocas señoras que se reuniesen, luego llamaban algunos de sus músicos y se improvisaba un baile en la batería ó sobre cubierta.

De tales fiestas y regocijos apenas osaban hablar en presencia de la malaventurada amante sus amigas que de ellas participaban. Y no porque hiciese ostentación de pesar estraordinario, antes bien lo guardaba en su alma, donde reinaban la soledad y la tristeza, su rostro era siempre el rostro afable y expresivo donde como en terso cristal se reflejaba la imágen de sus pensamientos, levantados, entusiastas, generosos.

Mas un dia en el circulo juvenil de sus íntimas hizose conversación del asunto, y con sorpresa general oyéronla decir:

—Yo también deseo ver la fragata. Avisadme el dia que vayáis, y os acompañaré.

Asi se hizo: los oficiales, que bien sabían la historia de la doncella y su herida, la colmaban de finezas y atenciones; harto penetraba ella la causa de sus preferencias, y lo agradecía, pero sin manifestar en palabra ú obra más de lo que cumple á la urbanidad y esquisito tacto femenino.

Pero, ¡qué pasaba en tanto dentro de su espíritu, asediado de recuerdos, recrudecido el dolor, presentes á la memoria las pasadas aventuras, la desastrosa y cruel muerte de su amado y el horizonte de la vida irrevocablemente desierto, ocupado por el inmenso vacío de una ausencia!

A deshora de la noche , un alarido espantoso despertó á cuantos dormían en su casa.—Cuando acudieron halláronla febril y convulsa.—Ardíanle las sienes, palpitaban sus venas con desapoderada furia, y el corazón se revolvía desesperadamente en el pecho, como insensato cautivo que intenta estrellarse, contra las paredes de su cárcel.

—¡Terrible noche para los que la amaban y cercaban su lecho, llorosos, doloridos, angustiados por las voces agudas, estrañas, violentas de su delirio!—En su abrasado cráneo se agitaban fuerzas ingentes que la ciencia no sabe medir, ni regular; su cerebro vivía esa vida misteriosa, oscura, que la fiebre desarrolla, y á cuya energía no resiste el común organismo humano.

Las palabras desordenadas del calenturiento, sus gritos, sus quejas, sus estremecimientos responden á impresiones de esa vida, que parece espantosa al que vela á su cabecera, porque de ella no ve sino la postración, el quebranto, la ruina del cuerpo vencido y deshecho.

Los arcanos del espíritu, sus grandezas ó sus miserias, sus luchas, sus esfuerzos, martirios, glorias ó padecimientos, apenas perceptibles en los siniestros crepúsculos de la agonía, se esconden de lodo punto en las profundas sombras de la muerto, penetrables únicamente por la fe religiosa.

VI.

De esta historia queda lo que de toda historia humana: cruces en el cementerio y un recuerdo que palidece y declina para morir cuando cesen de palpitar los pechos que lo guardan.

Entre tanto, ¿por qué so renovó y se dibujaba en mi memoria con tanta precisión y detalles, á los amagos de sangrientas escenas?

Ya sonaban tiros y voces; golpeaban fas balas las pacíficas paredes de mi casa, y todavía soñaba en la goleta y sus riesgos, en los lazos posibles que la unian á tierra, en el inminente peligro que los cortasen para siempre la mar ó el fuego.

Vi caer un hombre, y la presente lástima tomó el lugar y la compasión de las lástimas pasadas.

Juan García.
DON JOSE EMILIO SANTOS.

¿Por qué razón ofrecemos á los lectores de La Illustracion el retrato de don José Emilio Santos?

¿Es porque España le debe en gran parte su Estadística?

¿Es porque ha representado á una provincia en las Córtes Constituyentes?

Los periódicos ilustrados son, entre otras cosas, una especie, de aparato fotográfico, un objetivo infatigable, que donde quiera que hay algo digno de llamar la atención, dirige sus miras y lo reproduce sin mas objeto que satisfacer la curiosidad de los hombros del siglo XIX.

Don José Emilio Santos, es desde hace veinte años conocido por su ilustración, por su actividad, por su claro talento: desde entonces acá ha escrito en varios periódicos, ha dirigido algunos, ha organizado la Estadística de España y ha contribuido no poco á ilustrar á los españoles.

La Revolución de Setiembre le devolvió un puesto que le pertenecía de derecho, la dirección de la Estadística, le hizo diputado, le inspiró planes de hacienda y por último lo llevó á la Habana en compañía del general Caballero de Rodas en calidad de intendente.

Sin ofender á sus antecesores, y haciendo especial mención del inolvidable señor Escario, víctima de su celo, lo cierto es que ninguno ha logrado lo que el señor Santos.

Bien fuese por modestia, bien por esa dulcísima pereza que el calor tropical de la hermosa antilla debe infundir á la sangre peninsular, bien por otras causas que no es nuestro objeto calificar y que nunca censuraríamos porque no es esa nuestra misión, todos los intendentes anteriores han logrado enviar mas ó menos fondos á la metrópoli; pero que nosotros sepamos, no han buscado de una manera dramática la causa de los escasos rendimientos de las aduanas de la Isla.

—Yo lo averiguará, so dijo el actual intendente; y con una energía y un tacto digno de encomio, buscó la llaga y puso el dedo-en ella.

No nos pregunten ustedes cuál era esta llaga: no es éste un periódico de medicina. Contentémonos con admirar el carácter y el acierto del distinguido funcionario que tiene valor para arrostrar enemistades peligrosas en cambio de la gloria que sus actos lo han alcanzado.

Hé aquí el verdadero motivo que tiene la Ilustración para reproducir la fisonomía de oso hombre tan ilustrado como enérgico, el cual, dicho sea de paso, tenia ya sobrados títulos para formar parlo de la galería de contemporáneos dignos de aprecio y de aplauso.

Por lo demás, á los que le conocen nada estraña su plausible conducta. Todos saben que es activo, incansable; que sigue paso á paso el movimiento intelectual del inundo, que es de su siglo, que su claro talento no se contenta con saber, sino que necesita comunicar.

Terminaremos esto bosquejo moral indicando que el señor Santos es abogado, adorna su pecho con varias condecoraciones, ha escrito mucho y bueno, y escribirá aun más porque todavía es jóven.

Terminado teníamos este ligero boceto, cuando las ultimas noticias de la Habana vienen á demostrarnos que el celoso intendente ha dado nuevas muestras de su actividad.

Al salir uno de los últimos correos de la Habana, han dicho estos dias los periódicos quedaban cubiertas todas las atenciones que pesan sobre aquellas cajas: la situación económica ora excelente.

El general Caballero de Rodas y el intendente señor Santos, habían enviado á los tribunales á algunos empleados dn la Aduana, á consecuencia de haber encontrado 493 bultos demás en los almacenes sin documento ni justificación alguna.

Se han descubierto otros fraudes en la aduana y abusos de distintas clases, entre los cuales merece especial mención el de un número considerable de empleados del resguardo, cuyos sueldos importaban cerca de 30,000 duros, y que desde hace mucho tiempo habían dejado de prestar servicios al Estado.

Con este motivo el comercio y el público en general de la Habana se manifestaban muy complacidos del celo y actividad que vienen desplegando el capitán general y el intendente para cortar lodos los abusos y establecer la más severa moralidad en la administración de la Isla.»

Después de esto ¿merece ó no el señor Santos los honores que nos complacemos en tributarlo?

Creemos que la respuesta será afirmativa.

Concluyamos diciendo que se ha captado la simpatías de todas las clases de la isla, y que presentado al Casino ha sido proclamado sócio de honor con el mayor entusiasmo por todos los peninsulares y cubanos adeptos á España.

Daniel García.