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LA VUELTA DE MARTIN FIERRO

En soledá tan terrible
De su pecho oye el latido—
Lo sé, porqué lo he sufrido
Y creameló el aulitorio,
Tal vez en el purgatorio
Las almas bagan mas ruido.

Cuenta esas horas eternas
Para mas atormentarse,
Su lágrima al redamarse
Calcula en sus aficiones,
Contando sus pulsaciones,
Lo que dilata en secarse.

Allí se amansa el mas bravo—
Allí se duebla el mas juerte—
El silencio es de tal suerte
Que cuando llegue á venir,
Hasta se le han de sentir
Las pisadas á la muerte.

Adentro mesmo del hombre
Se hace una revolucion—
Metido en esa prision
De tanto no mirar nada,
Le nace y queda gravada
La idea de la perfecion.

En mi madre, en mis hermanos,
En todo pensaba yo—
Al hombre que allí dentro
De memoria mas ingrata—
Fielmente se le retrata
Todo cuanto ajuera vió.

Aquel que ha vivido libre
De cruzar por donde quiera,
Se ailige y se desespera
De encontrarse allí cautivo;
Es un tormento muy vivo
Que abate la alma mas fiera.

En esa estrecha prision
Sin poderme conformar,
Yo cesaba de esclamar
¡Qué diera yo por tener,
Un caballo en que montar
Y una pampa en que correr!

En un lamento costante
Se encuentra siempre embreteao—
El castigo han inventao
De encerrarlo en las tinieblas—
Y allí está como amarrao
A un fierro que no se duebla.

No hay un pensamiento triste
Que al preso no lo atormente—
Bajo un dolor permanente
Agacha al fin la caheza—
Porque siempre es la trizteza
Hermana de un mal presente.

Vierten lágrimas sus ojos
Pero su pena no alivia;
En esa costante lidia
Sin un momento de calma,
Comtempla con los del alma
Felicidades que envidia.

Ningun consuelo penetra
Detras de aquellas murallas—
El varon de mas agallas,
Aunque mas duro que un perno,
Metido en aquel infierno
Sufre, gime, llora y calla.

De furor el corazon
Se le quiere reventar,
Pero no hay sinó aguantar
Aunque sosiego no alcance—
¡Dichoso en tan duro trance
Aquel que sahe rezar!—

Dirige á Dios su plegaria
El que sahe una oracion!
En esa tribulacion
Gime olvidado del mundo,
Y el dolor es mas projundo
Cuando no halla compasion.

En tan crueles pesadumbres,
En tan duro padecer,
Empezaba á encanecer
Despues de muy pocos meses—
Allí lamenté mil veces
No haher aprendido á ler.

Viene primero el furor,—
Despues la melancolia—
En mi angustia no tenia
Otro alivio ni consuelo,
Sinó regar aquel suelo
Con lágrimas noche y dia.

A visitar otros presos
Sus familias solian ir!
Naides me visitó á mí
Mientras estuhe encerrado—
¡Quién iba á costiarse allí
A ver un desamparado!!

¡Bendito sea el carcelero
Que tiene buen corazon!!
Yo sé que esta hendicion
Pocos pueden alcanzarla,—
Pues si tienen compasion
Su deher es ocultarla.

Jamas mi lengua podrá
Espresar cuanto he sufrido;
En ese encierro metido,
Llaves, paredes, cerrojos—
Se graban tanto en los ojos
Que uno los vé hasta dormido.