de una y otra parte, ante testigos, con intervención de un cambista de la kaisariat. Despachado este asunto, volvi al khan, perma- neciendo allí tranquilo, sin privarme de ningún placer ni escatimar ningún gasto. Todos los días comía magnificamente, siempre con la copa de vino encima del mantel. Y nunca faltaba en mi mesa buena carne de carnero, dulces y confituras de to- das clases. Y así segui, hasta que llegó el mes en que debía cobrar con regularidad mis ganancias. En efecto, desde la primera semana de aquel mes, cobre como es debido mi dinero. Y los jueves y los lunes me iba á sentar en la tienda de alguno de los deudores mios, y el cambista y el escribano público recorrian cada una de las tiendas, recogian el di- nero y me lo entregaban. Y fué en mí una costumbre el ir á sentarme, ya en una tienda, ya en otra. Pero un día, después de salir del hammam, descansé un rato, almorcé un pollo, bebi algunas copas de vino, me lavé en se- guida las manos, me perfumé con esencias aromá- ticas y me fuí al barrio de la kaisariat Guergués, para sentarme en la tienda de un vendedor de te- las llamado Badreddin Al-Bostaní. Cuando me hubo visto me recibió con gran consideración y cordiali- dad, y estuvimos hablando una hora. Pero mientras conversábamos vimos llegar una mujer con un largo velo de seda azul. Y entró en la tienda para comprar géneros, y se sentó á mi lado en un taburete. Y el velo, que le cubria la
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Apariencia