ditos.» Y Tofail contestó: «Tenéis razón. Pero esperad.» Y cogió un pececillo y se lo acercó al oido. Y su vista de parásito había divisado ya el plato escondido en el rincón y que contenía los peces grandes. Y después de haber simulado escuchar atentamente al pececillo frito, exclamó de pronto: «¡Oh! ¡oh! ¿Sabéis lo que acaba de decirme este desperdicio de pez?» Y los convidados contestaron: «¡No, por Alah! ¿Cómo vamos á saberlo?» Y Tofail dijo: «Pues bien; habéis de saber entonces que me ha dicho: «Yo no he asistido á la muerte de tu padre (¡Alah le tenga en su misericordia!), y no he podido verle siquiera, ya que soy demasiado joven para haber vivido en aquella época.» Luego me ha deslizado al oído estas otras palabras: «Mejor será que cojas esos hermosos peces grandes que están escondidos en el rincón, y te vengues. Porque ellos son los que se precipitaron antaño sobre tu difunto padre y se lo comieron.»
Al oir este discurso de Tofail, los invitados y el dueño de la casa comprendieron que el parásito había olfateado su estratagema. Por eso se apresuraron á hacer servir los hermosos peces á Tofail, y le dijeron, cayéndose de risa: «Cómetelos, y ¡ojalá te den la gran indigestión!»
Luego el joven dijo á sus oyentes: «Escuchad ahora la historia fúnebre de la bella esclava favorita del Destino.»
Y dijo: