Entonces, tras de ordenar sus recuerdos, el músico cantor dijo:
«Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que el incidente relativo á este collar data del tiempo de mi primera juventud. En aquella época vivía yo en el pais de Scham, que es la patria de mi cabeza, el sitio donde nací.
»Una tarde, á la hora del crepúsculo, me paseaba á orillas de un lago, é iba vestido con el traje de los árabes del desierto de Scham, y con el rostro cubierto hasta cerca de los ojos por el litham. Y he aquí que me encontré con un hombre magníficamente vestido, acompañado, contra toda costumbre, por dos jóvenes soberbias, de una elegancia rara, que, á juzgar por los instrumentos musicales que llevaban, sin duda alguna eran cantarinas. Y de pronto reconoci en aquel paseante al califa El-Walid, segundo de este nombre, que había dejado Damasco, su capital, para ir á cazar gacelas en nuestros parajes, por el lado del lago de Tabariah.
»Y por su parte, el califa, al verme, se encaró con sus acompañantes y les dijo, sin querer que le oyesen mas que ellas: «He ahi un árabe que llega del desierto, tan lleno de groseria y salvajismo. ¡Por Alah! voy á llamarle para que nos haga compañía y nos divirtamos un poco á costa suya.» Y me hizo señas con la mano. Y cuando me acerqué, me mandó sentarme en la hierba, á su lado, enfrente de las dos cantarinas.