»Y he aquí que, por deseo del califa, que ni por asomo me conocía ni me había visto nunca, una de las jóvenes acordó su laúd, y con voz emocionante cantó una melopea compuesta por mí. Pero á pesar de toda su habilidad, cometió algunos errores ligeros, y hasta truncó el aire en varios pasajes. Y yo, no obstante la actitud reservada que me había impuesto, precisamente para no atraer sobre mi las chanzas á que el califa estaba dispuesto, no pude por menos de exclamar, dirigiéndome á la cantarina: «¡Te has equivocado, ¡oh mi señora! te has equivocado!» Y al oir mis observaciones, la joven se echó á reir con una risa burlona, y dijo, encarándose con el califa: «Ya has oído ¡oh Emir de los Creyentes! lo que acaba de decirnos este árabe beduino conductor de camellos. ¡No teme acusarnos de error el insolente!» Y El-Walid me miró con un aire burlón y disconforme á la vez, y me dijo: «¿Es en tu tribu ¡oh beduino! donde te han enseñado el canto y el tañer delicado de los instrumentos musicales?» Y me incliné respetuosamente y contesté: «No, por tu vida, ¡oh Emir de los Creyentes! Pero si no te opones, voy á probar á esta admirable cantarina que, á pesar de todo su arte, ha cometido algunos errores de ejecución.» Y habiéndomelo permitido El-Walid, para ver qué hacía, dije á la joven: «Aprieta un cuarto la segunda cuerda y afloja otro tanto la cuarta. Y empieza el tono grave de la melodía. Y verás entonces cómo se resiente la expresión y el colorido de tu canto, y cómo algunos
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Apariencia