yo. Y cuando le tocó el turno á la joven que me había hecho don del collar, adelantó una pierna para pasar á la barca. Pero como se había envuelto en su velo grande para que no la observaran los remeros, aquello la entorpecia, y faltandole pie, cayó al lago, y antes de que hubiese tiempo de socorrerla, se fué al fondo del agua. Y á pesar de cuantas pesquisas hicimos, no logramos encontrarla. ¡Alah la tenga en su compasión!
»Y fueron muy profundas la pena y la aflicción de El-Walid, y bañó su rostro el llanto. Y también yo derramé lágrimas amargas por la suerte de aquella infortunada joven. Y el califa, que había permanecido silencioso largo rato después de aquella catástrofe, me dijo: «¡Oh Hachem! para mi dolor sería un ligero consuelo tener entre mis manos el collar de esa pobre joven, como recuerdo de lo que para mí fué durante su corta vida. Pero Alah me libre de recogerte lo que te hemos dado. Te ruego, pues, que consientas en venderme ese collar.»
»Y al punto entregué el collar al califa, quien, á nuestra llegada á la ciudad, hizo que me contaran treinta mil dracmas de plata, y me colmó de regalos preciosos.
»Y tal es ¡oh Emir de los Creyentes! la causa que me hace llorar hoy. Y Alah el Altisimo, que desposeyó á los califas Ommiadas del poder soberano en favor de los Bani-Abbas, de los que eres gloriosa descendencia, ha permitido que este collar llegase á tus manos con la herencia de tus nobles