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Página:Las mil noches y una noche v23.djvu/144

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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

conociera aquel aire ó que me informara respecto al modo de dar con él.

Entonces, al ver que todas mis pesquisas eran inútiles, para librarme de aquella obsesión resolvi hacer un viaje al Hedjaz, á través del desierto, para ir á Medina en busca del jeique hedjaziense y ro- garle que me cantara otra vez la cantilena de su abuelo.

Y cuando tomé esta resolución me encontraba en Bassra, paseándome á orillas del río. Y he aqui que se me acercaron dos mujeres jóvenes vestidas con trajes discretos y ricos y aparentando ser mu- jeres de alto rango. Y cogieron la brida de mi asno y le pararon, saludándome.

Y muy fastidiado y sin pensar mas que en mi cantilena hedjaziense, les dije en tono perentorio: «¡Dejadme, dejadme!», y quise recoger la brida de mi asno. Pero he aquí que una de ellas, sin levan- tarse el velo del rostro, me sonrió tras él, y me dijo: «Está bien, ¡oh Ishak! ¿cómo va ahora tu pa- sión por la hermosa cantilena de Maabad el hed- jaziense: 10h hermosura del cuello de mi Molaikah!? ¿Has cesado ya de recorrer el mundo en busca suya?» Y añadió, antes de que yo tuviese tiempo de volver de mi sorpresa: «¡Oh Ishak! desde detrás de la celosía del harén te vi cuando el jeique hed- jaziense cantaba en presencia del califa y de El- Fadl, y el encanto de la melodía antigua hacíate saltar y hacía danzar á las cosas inanimadas en torno á ti. ¡Qué entusiasmado estabas, ¡oh Ishak!