que el oro en manos de un poeta y la paciencia en el alma de un amante son como agua en criba.
El poeta tenía por amigo á un íntimo del califa, Abdalah el chambelán. Y Abdalah, que ya había interesado cien veces en favor del poeta á los notables de la ciudad, resolvió atraer sobre él incluso el favor del califa. Un día, pues, que el Emir de los Creyentes estaba en disposición propicia á ello, Abdalah abordó la cuestión, y le describió la pobreza y la indigencia de aquel á quien Damasco y todo el país de Scham consideraban como el poeta-músico más admirable de la época. Y Abd El-Malek contestó: «Puedes enviármele.»
Y Abdalah se apresuró á ir á anunciar la buena nueva á su amigo, repitiéndole la conversación que acababa de tener con el califa. Y el poeta dió las gracias á su amigo y fué á presentarse en palacio.
Y cuando se le introdujo, encontró al califa sentado entre dos soberbias danzarinas de pie, que se balanceaban dulcemente sobre su talle flexible, como dos ramas de ban, agitando cada una, con una gracia encantadora, un abanico de hojas de palmera, con el cual refrescaban á su señor.
Y en el abanico de una de las danzarinas había escritos, con letras de oro y azul, los versos siguientes:
¡El soplo que traigo es fresco y ligero, y juego con el pudor rosado de las que acaricio!