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Página:Las mil noches y una noche v23.djvu/152

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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

Y puedes entrar en tu campo á tu antojo. >> Y salió.

Y el poeta cogió á las danzarinas y se las llevó á su casa.

Pero cuando Abdalah estuvo de vuelta en pala- cio, el califa le dijo: «¡Oh Abdalah! la descripción que te has servido hacerme con respecto á la indi- gencia y la miseria de ese poeta-músico amigo tuyo adolecia de manifiesta exageración. Porque él me ha afirmado que era perfectamente dichoso y que no carecía absolutamente de nada.» Y Abdalah sin- tió que su rostro se cubría de confusión, y no supo qué pensar de aquellas palabras. Pero el califa re- puso: «Pues sí, por vida mía, ¡oh Abdalah! ese hom- bre se hallaba en un estado de dicha como jamás lo vi en ninguna criatura.» Y le repitió las hipérboles que le había endilgado el poeta-músico. Y Abdalah, medio enfadado, medio risueño, contestó: «¡Por vida de tu cabeza, ¡oh Emir de los Creyentes! ha men- tido! ¡Ha mentido impúdicamente! ¡En buena posi- ción él! ¡Satisfecho él! ¡Pero si es el hombre más. miserable, el más falto de todo! La contemplación de su mujer y de sus hijos haria temblar las lágri- mas al borde de nuestros párpados. Créeme ¡oh Emir de los Creyentes! que no hay en tu Imperio nadie que tenga más necesidad que él del más in- fimo de tus beneficios.» Y al oir estas palabras, el califa no supo qué pensar del poeta-músico.

Y Abdalah, en cuanto salió de ver al califa, se apresuró á ir á casa de Ibn Abu-Atik. Y le encon-