con almizele y alcanfor, y le dijo: «ebe ¡oh amigo mio! ante los ojos negros. Los ojos negros son mi locura.» Y añadió, señalando á las dos magníficas danzarinas: «Estas dos bienaventuradas son mi propiedad y mi riqueza. ¿Qué más podré desear, á riesgo de ofender la generosidad del Retribuidor?>>
Y mientras que Abdalah, obligado á sonreir ante tanta ingenuidad, acercaba la copa á sus labios, el poeta - músico requirió su tiorba, y animándola con un preludio de repiqueteos, cantó:
¡Vicarachas, esbeltas y graciosas son las jorenzue- las! ¡Gacelas admirables, yeguas de flancos en tensión!
¡Sus hermosos senos redondos, hinchándose en su pecho, son dos copas de jade en un cielo luminoso!
¿Cómo no he de cantar? ¡Si á las montañas peladas se las hiciera beber lo que hacen beber estas gacelas, cantarian!
Y como antes, el poeta-músico continuó vivien- do sin preocuparse del día siguiente, fiándose en el Destino y en el Dueño de las criaturas. Y las dos danzarinas le sirvieron de consuelo en los días ma- los y de dicha durante toda su vida.»
Luego dijo el joven: «Esta tarde os diré aún la historia de LA CREMA DE ACEITE DE ALFONSIGOS,»
Y dijo: