ver esta dificultad?» Y contesté sin vacilar: «Claro que sí, ¡oh Emir de los Creyentes!» Me preguntó él: ¿Y cómo?» Dije: «La cosa es muy sencilla. Para no faltar á su juramento, Issa te dará de regalo la mitad de la joven esclava que deseas, y te venderá la otra mitad. Y de esa manera quedará en paz con su conciencia, puesto que realmente ni te ha dado ni te ha vendido á la joven.»
Y al oir estas palabras, Issa se encaró conmigo, muy dubitativo, y me dijo: «¿Y es lícito ese proce- der, ¡ol padre de la ley!? ¿Es aceptable por la ley?» Y contesté: «¡Sin duda alguna!» Entonces alzó la mano incontinenti, y me dijo: «Pues bien; te pongo por testigo ¡oh kadi Yacub! de que, pu- diendo así descargar mi conciencia, doy al Emir de los Creyentes la mitad de mi esclava y le vendo la otra mitad por la suma de cien mil dracmas de plata que me ha costado entera.» Y Harún exclamó al punto: «Acepto el regalo, pero compro la segunda mitad por cien mil dinares de oro.» Y añadió: «Que me traigan ahora mismo á la joven.»
Y en seguida fué Issa á la sala de espera en busca de su esclava, al mismo tiempo que traían los sacos con los cien mil dinares de oro.
Y al punto introdujo á la joven su amo, que dijo: «Tómala, ¡oh Emir de los Creyentes! y que Alah te cubra con sus bendiciones junto á ella. Es cosa tuya y propiedad tuya.» Y tras de recibir los cien mil dinares, salió.
Entonces el califa se volvió hacia donde yo es-