PERO CUANDO LLEGÓ LA 994.a NOCHE
Ella dijo:
.»Y sean contigo la paz y la seguridad. >>
Así es que cuando Zobeida fué, con los ojos lle- nos de lágrimas y desfalleciente, à arrojarse á sus pies, se levantó él en honor suyo y le besó la mano y lloró en su seno. Luego le devolvió todas sus an- tiguas prerrogativas de esposa de Al-Rachid y de princesa de sangre abbassida, y la trató hasta el fin de su vida como si hubiese él sido hijo de sus entrañas. Pero, á pesar de la ilusión del poderio, Zobeida no podía olvidar lo que habia sido y las torturas de su corazón al tener noticia de la muerte de El-Amin. Y hasta su muerte guardó en el fondo de su pecho una especie de rencor, que, por muy cuidadosamente oculto que estuviera, no escapaba á la perspicacia de Al-Mamún.
Y por cierto que bastantes veces le dió que su- frir á Al-Mamún, que no se quejaba de ello, aquel estado de hostilidad sorda. Y he aquí un rasgo que, mejor que todo comentario, prueba el rencor conti- nuo de aquella á quien nada podía consolar.
Un día, en efecto, habiendo entrado Al-Mamún en el aposento de Zobeida, la vió de pronto mover .