cia de dar la vuelta al palacio y á los jardines, toda desnuda, á media noche. Y á pesar de mis ruegos y súplicas, puso una insistencia singular en hacerme pagar aquella apuesta, sin querer aceptar otra sentencia. Y me vi obligada à ponerme des- nuda y á hacer la cosa á que me condenaba. Y cuando acabé, estaba loca de rabia y medio muerta de cansancio y frío.
»Pero al día siguiente, á mi vez, le gané en el ajedrez. Y á la sazón me tocó á mi imponer condi- ciones. Y después de reflexionar un instante y bus- car en mi espíritu lo que pudiese ser para él más desagradable, le condené, con conocimiento de causa, á que pasara la noche en brazos de la es- clava más fea y más sucia entre las esclavas de la cocina. Y como la que reunía aquellas condiciones era la esclava llamada Marahil, se la indiqué como resultado de la partida y expiación de su derrota. Y para cerciorarme de que las cosas ocurririan sin trampas por su parte, yo misma le conduje al cuarto fétido de la esclava Marahil, y le obligué á echarse á su lado y á hacer con ella durante toda la noche lo que tanto le gustaba hacer con las her- mosas concubinas que le regalaba yo tan á menu- do. Y por la mañana se hallaba en un estado la- mentable y con un olor espantoso.
» Ahora debo decirte joh Emir de los Creyentes! que tú naciste precisamente de la cohabitación de tu padre con aquella esclava horrible y de sus vol- teretas con ella en el cuarto contiguo à la cocina.