el título de gran visir y nombró visires á sus dos hijos El-Fadl y Giafar. Y así empezó su reinado bajo los auspicios más dichosos.
Y desde entonces la familia de los Barmakidas fué en un siglo lo que un adorno en la frente y una corona en la cabeza. Y el Destino les prodigó cuanto de más seductor tienen sus favores, y los colmó con sus dones más escogidos. Y Yahia y sus hijos se tornaron astros brillantes, vastos océanos de gene- rosidad, torrentes impetuosos de gracias, lluvias bienbechoras. El mundo se vivificó con su soplo, y el Imperio llegó á la cima más alta del esplendor. Y eran ellos refugio de afligidos y recurso de des- dichados. Y de ellos ha dicho, entre mil, el poeta Abu-Nowas:
¡Desde que el mundo os ha perdido, joh hijos de Bar- mak! no están cubiertos ya de viajeros los caminos en el crepúsculo de la mañana y en el crepúsculo de la tarde!
Eran, en efecto, visires prudentes, administra- dores admirables, que aumentaban el tesoro públi- co, elocuentes, instruidos, firmes, de buen consejo, y generosos al igual de Hatim-Tai. Eran fuentes de felicidad, vientos bienhechores que atraen los nublados fecundantes. Y sobre todo, merced á su prestigio, el nombre y la gloria de Harún Al-Ra- chid repercutieron desde las mesetas del Asia Cen- tral hasta el fondo de las selvas norteñas, y desde