che, como las demás noches, en medio de festines y placeres.
Pero aquella vez no le acompañaba su comen- sal Giafar. Porque Giafar estaba de caza, desde días atrás, en las llanuras próximas al río. Sin em- bargo, los dones y regalos de Al-Rachid le seguían por doquiera. Y á todas horas del día veía llegar á su tienda algún mensajero del califa que le llevaba, en prueba de afecto, algún precioso presente más hermoso que el anterior.
Aquella noche-¡Alah nos haga ignorar noches análogas! Giafar estaba sentado en su tienda ent compañía del médico Gibrail Bakhtiassú, que era el médico particular de Al-Rachid, y del que ha- bíase privado Al-Rachid para que acompañase á su querido Giafar. Y también estaba en la tienda el poeta favorito de Al-Rachid, Abu-Zaccar el ciego, del que también se habia privado Al-Rachid para que con sus improvisaciones alegrara á su querido Giafar al volver de la caza.
Y era la hora de comer. Y Abu-Zaccar el ciego, acompañándose con la bandurria, cantaba versos filosóficos acerca de la inconstancia de la suerte...
En este momento de su narración, Schahrazada
vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.