maros!>> Luego se encaró con el jefe de los eunucos; su antiguo compañero, su amigo de tantos años y de todos los instantes, y le dijo: «¡Oh Massrur! no es posible semejante orden. Nuestro amo el Emir de los Creyentes ha debido dártela en un momento de embriaguez. Te suplico, pues, ¡oh amigo mío de siempre! en recuerdo de los paseos que hemos dadc juntos y de nuestra vida común de día y de noche, que vuelvas á presencia del califa para ver si me equivoco. Y te convencerás de que ha olvidado ya tales palabras.» Pero Massrur dijo: «Mi cabeza res- ponde de la tuya. No podré reaparecer ante el ca- lifa si no llevo tu cabeza en la mano. Escribe, pues, tus últimas voluntades, única gracia que me es posible otorgarte en vista de nuestra antigua amis- tad. Entonces dijo Giafar: «¡A Alah pertenecenios todos! No tengo últimas voluntades que escribir. ¡Alah alargue la vida del Emir de los Creyentes con los días que se me quitan!»
Salió luego de su tienda, se arrodilló en el cuero de la sangre, que acababa de extender en el suelo el portaalfanje Massrur, y se vendó los ojos con sus propias manos. Y fué decapitado. ¡Alah le ten- ga en su compasión!
Tras de lo cual, Massrur se volvió al paraje donde acampaba el califa, y fué à su presencia, llevando en un escudo la cabeza de Giafar. Y Al- Rachid miró la cabeza de su antiguo amigo, y de repente escupió sobre ella.
Pero no pararon en eso su resentimiento y su