dían conseguir favores mas que interviniendo ellos directa ó indirectamente; los individuos de su fami- lia ocupaban en la corte de Bagdad, en el ejército, en la magistratura y en las provincias los puestos más elevados; los más hermosos dominios cercanos á la ciudad les pertenecian; el acceso á su palacio estaba más interrumpido por la multitud de corte- sanos y pedigüeños que el de la morada del califa. Por lo demás, he aquí en qué términos se expresa sobre el particular el médico de Al-Rachid, el mismo Gibrail Bakhtiassú, que se encontraba en la tienda de Giafar la noche fatal. Dice: «Entré un día en el aposento de Al-Rachid, que habitaba entonces en el palacio llamado Kasr el Khuld, en Bagdad. Los Barmakidas vivían al otro lado del Tigris, y entre ellos y el palacio del califa sólo había la anchura del río. Y aquel día, mirando Al-Rachid la multi- tud de caballos parados delante de la morada de sus favoritos y la muchedumbre que se aglomeraba á su puerta, dijo delante de mí, como hablando consigo mismo: «¡Alah recompense à Yahia y á sus hijos El-Fadl y Giafar! Ellos solos se han encar- gado de todo el ajetreo de los asuntos, aliviándome de ese cuidado y dejándome tiempo para mirar á mi alrededor y vivir á mi antojo.» Esto fué lo que dijo aquel día. Pero en otra ocasión que fuí llamado junto á él, noté que ya empezaba á no ver con los mismos ojos á sus favoritos. En efecto, después de mirar por las ventanas de su palacio y observar la misma afluencia de gente y de caballos que la pri-
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Apariencia