temor de desagradar á Al-Rachid, no se había atre- vido nunca á posar su mirada en su esposa Abbas- sah, quien, por su parte, volvía siempre la cabeza, por pudor, ȧ cada ojeada furtiva de Giafar.
Y ocurrió que, cuando se consumó de hecho el matrimonio, y después de una noche pasada en los transportes de un amor compartido, Abbassah se levantó para marcharse, y antes de retirarse dijo á Giafar: «¿Qué te parecen las hijas de los reyes, joh mi señor!? ¿Son diferentes, en sus maneras, á las esclavas que se venden y se compran? ¿Qué opinas? Di.» Y Giafar preguntó, asombrado: «¿A qué hijas de reyes se refieren tus palabras? ¿Acaso eres tú misma una de ellas? ¿Eres una cautiva hecha en nuestras guerras victoriosas?» Ella con- testó: «¡Oh Giafar! soy tu cautiva, tu servidora, ¡soy Abbassah, hermana de Al-Rachid, hija de Al-Mahdi, de la sangre de Abbas, tio del Profeta bendito!>>
Al oir estas palabras, Giafar llegó al límite del asombro, y repuesto repentinamente del deslum- bramiento de la embriaguez, exclamó: «Estás per- dida y nos has perdido, ¡oh hija de mis amos!>>
Y á toda prisa entró en las habitaciones de su madre Itabah, y le dijo: «¡Oh madre mía, madre mía, qué barato me has vendido!» Y la entristecida esposa de Yahia contó á su hijo cómo se había visto forzada á recurrir á aquella superchería para no atraer sobre su casa desdichas mayores. Y esto es lo que la concierne.