ejecutar mis órdenes y cumplir con su deber. >> Y Zobeida replicó con vehemencia: «Pues ¡por Alah! podía preocuparse un poco más de su deber impi- diendo las imprudencias de su hijo Giafar.» Y Al- Rachid preguntó: «¿Qué imprudencias? ¿Qué ocu- rre?» Entonces Zobeida contó lo de Abbassah, sin darle, por cierto, excesiva importancia. Y Al-Ra- chid preguntó, poniéndose sombrio: «¿Hay pruebas de eso?» Ella contestó: «¿Y qué prueba mejor que el niño que ha tenido con Giafar?» Él preguntó: <<¿Dónde está ese niño?» Ella contestó: «En la ciu- dad santa, cuna de nuestros abuelos. >> Él preguntó: ¿Tiene conocimiento de eso alguien más que tú?» Ella contestó: «No hay en tu harén ni en tu palacio una sola mujer, aunque sea la última esclava, que no lo sepa.>>
Y Al-Rachid no añadió una palabra más. Pero, poco tiempo después, anunció su propósito de ir en peregrinación á la Meca. Y partió, llevándose á Giafar consigo.
Por su parte, Abbassah expidió al punto una carta á Ryasch y á la nodriza, ordenándoles que abandonaran inmediatamente la Meca y pasaran con el niño al Yemen. Y se alejaron á toda prisa.
Y llegó el califa á la Meca. Y en seguida encar- gó á unos confidentes intimos suyos que se pusieran en busca del niño. Y obtuvo la comprobación del hecho, y supo que existía el niño y se hallaba en perfecto estado de salud. Y consiguió apoderarse de él en el Yemen y enviarlo á Bagdad.