En cuanto al califa Al-Rachid, tras de vengarse tan cruelmente de una injuria que, después de Alah, era el único en conocer, y que debía ser muy atroz, volvió á Bagdad, pero sólo de paso. En efecto, no pudiendo ya habitar en lo sucesivo aquella ciudad que durante tantos años se había complacido en hermosear, fué á fijar su residencia en Raccah, y no volvió más á la ciudad de paz. Y precisamente aquel súbito abandono de Bagdad, después de la desgracia de los Barmakidas, lo deploró el poeta Abbas ben El-Ahnaf, que pertenecía al séquito del califa, en los versos siguientes:
¡Apenas habíamos obligado á los camellos á doblar
la rodilla, fué preciso reanudar el camino, sin que nues-
tros amigos pudiesen distinguir nuestra llegada de nues-
tra marcha!
¡Oh Bagdad! ¡nuestros amigos venían á saber de nos- otros y á darnos la bienvenida del regreso; pero hubimos de responderles con adioses!
¡Oh ciudad de paz! ¡en verdad que de Oriente ú Oc- cidente no conozco ciudad más feliz y más rica hermosa que tú! y más Por cierto que, desde la desaparición de sus amigos, nunca más Al-Rachid disfrutó el descanso del sueño. Su arrepentimiento se tornó insoporta- ble; y hubiera él dado todo su reino por hacer vol- ver á Giafar á la vida. Y si, por casualidad, los cortesanos tenian la desgracia de evocar de modo