Y en verdad que se desvanecerían en su presen- cia el lirio y la rosa. Porque tenía un talle de ci- prés, un rostro de tulipán fresco, cabellos de vio- leta, bucles almizclados que hacían pensar en mil noches oscuras, una tez de ámbar rubio, dardos curvos por pestañas, rasgados ojos de narciso, y sus labios encantadores eran dos alfónsigos. En cuanto á su frente, con su brillo daba vergüenza á la luna llena, cuyo rostro embadurnaba de azul; y de su boca con dientes de pedreria, con lengua de rosa, fluia un lenguaje tan dulce, que hacia olvidar la caña de azúcar. Así formado, y vivaracho é in- trépido, resultaba un idolo de seducción para los ojos de los amantes.
Y he aquí que, de los siete hermanos, era el príncipe Jazmín el encargado de guardar el innu- merable rebaño de búfalos del rey Nujum-Schah. Y su morada eran las vastas soledades y los pra- dos. Y estaba un día sentado tañendo la flauta mientras cuidaba de sus animales, cuando vió avanzar hacia él á un venerable derviche, que, des- pués de las zalemas, le rogó ordeñara un poco de leche para dársela. Y contestó el príncipe Jazmín: «¡Oh santo derviche! soy presa de una pena pun- zante por no poder satisfacerte. Porque he orde- ñado á mis búfalos esta mañana, y claro es que no puedo aplacar tu sed en este momento.» Y el der- viche le dijo: «A pesar de todo, invoca sin tardanza el nombre de Alah, y ve á ordeñar de nuevo á tus búfalos. Y descenderá la bendición.» Y el principe