semejante al narciso contestó con el oido y la obe- diencia, y estrujó la teta del animal más hermosc pronunciando la fórmula de la invocación. Y des- cendió la bendición; y el vaso se llenó de leche azulada y espumosa. Y el hermoso Jazmín se la presentó al derviche, que bebió para aplacar su sed y se sació.
Y entonces encaróse con el joven príncipe y le dijo, sonriendo: «¡Oh niño delicado! no has alimen- tado una tierra infecunda, y nada más ventajoso para ti que lo que acaba de ocurrir. Has de saber, en efecto, que vengo á ti en calidad de mensajero de amor. Y ya veo que verdaderamente mereces el don del amor, que es el primero de los dones y el último, según estas palabras:
¡Cuando no existía nada, el amor existía; y cuando nada quede, quedará el amort ¡Es el primero y el úl- timo! ¡Este es el punto de la verdad; es lo que por encima de todo se puede decir! ¡Lo que acompaña el ángel de la tumba! ¡Es la hiedra que se une al árbol y bebe su verde rida en el corazón que devora!»
Luego continuó el viejo derviche: «Si, hijo mío, vengo á tu corazón en calidad de mensajero de amor; pero no me ha enviado nadie mas que yo mismo. Y atravesé llanuras y desiertos, en busca del ser perfecto que mereciera acercarse á la en-