narcisos, y dos alfonsigos sus labios encantadores. En cuanto á su frente, con su brillo avergüenza á la luna llena, cuyo rostro embadurna de azul. De su boca con dientes de pedreria, con lengua de rosa, fluye un lenguaje tan dulce, que hace olvidar la caña de azúcar. Y tal como es, vivaracho é intré- pido, resulta un ídolo de seducción para los ojos de los amantes. >
Luego añadió, mientras la princesa Almendra quedaba en el estupor de la alegría: «Y ese prin- cipe tañedor de flauta, para venir de su país al nuestro, ha debido franquear montañas y llanuras, ágil como el céfiro matinal y más ligero, y habrá surcado las aguas espantosas de los ríos desborda- dos, donde ni el mismo cisne está seguro, y cuyo solo aspecto da vértigos á las gallinas de agua y á los patos, asombrándolos. Y si ha sorteado tantas dificultades para llegar hasta aquí, es porque le ha determinado á ello un motivo oculto. Y ningún mo- tivo que no sea el amor puede decidir á un prín- cipe joven á intentar semejante empresa.»
Y tras de hablar así, la joven favorita de la princesa Almendra se calló, observando el efecto de su discurso en su señora. Y he aquí que la do- liente hija del rey Akbar se irguió de pronto sobre ambos pies, dichosa y retozona. Y su rostro estaba iluminado por el fuego interior y se le salía por los ojos toda su alma embriagada. Y ni rastro quedaba ya de todo aquel mal misterioso que ningún médico había comprendido: las sencillas palabras de una