Y la joven, tras de besar la mano al príncipe Jazmin, le entregó la carta de su señora Almendra. Y la leyó él y creyó volverse loco de alegría. Y no sabía ya si dormía ó velaba. Y se le revolucionó el espíritu y se le puso el corazón como una hornaza. Y cuando se calmó un poco, la joven le indicó el medio de llegar hasta su señora, le dió las últimas instrucciones, y volvió sobre sus pasos.
Y á la hora indicada y en el momento favora- ble, el príncipe Jazmín, conducido por el ángel de la unión, emprendió el camino que llevaba al jar- dín de Almendra. Y consiguió penetrar en aquel lugar, trozo arrancado del paraíso. Y en aquel mo- mento desaparecía el sol en el horizonte occiden- tal y la luna mostraba su rostro tras los velos del Oriente. Y el joven de andares de cervatillo divisó el árbol que hubo de indicarle la joven, y subió á ocultarse entre sus ramas.
Y la princesa de andares de perdiz llegó al jar- din con la noche. E iba vestida de azul y tenía en la mano una rosa azul. Y alzó su encantadora ca- beza para mirar al árbol, temblando cual el follaje del sauce. Y en su emoción, aquella gacela no supo si el rostro aparecido entre las ramas era el de la luna llena ó la faz brillante del principe Jazmin. Pero he aquí que, como una flor madurada por el deseo, ó como un fruto caido por su propio peso precioso, el jovenzuelo de cabellos de violeta saltó de entre las ramas y cayó á los pies de la pálida Almendra. Y reconoció ella al que amaba con es-