ven, le miró con los ojos torvos de la desconfianza, y le preguntó qué tenía allí, delante de sí, en la bandeja del rey. Y Jazmin, que no era desconfiado, creyó que el anciano tenia gana de comer. Y abrió su corazón generoso como la rosa de otoño, y le re- galó toda la bandeja de golosinas.
Y el calamitoso anciano se retiró al punto, para ir á enseñar aquellas golosinas y aquella bandeja al padre de Almendra, el rey Akbar, que era su propio hermano. Y de tal suerte le dió la prueba de las relaciones entre Almendra y Jazmín.
Y el rey Akbar, al enterarse de aquello, llegó al limite de la cólera, y llamando á su hija, le dijo: «¡Ob vergüenza de tus padres! ¡has arrojado el opro- bio sobre nuestra raza! Hasta este dia nuestra mo- rada estuvo libre de las malas hierbas y de las es- pinas de la vergüenza. Pero tú me has lanzado el nudo corredizo de la trapisonda y me has cogido en él. Y con los modales mimosos que para mi tenias has velado la lámpara de mi inteligencia. ¡Ah! ¿qué hombre podrá decir que está á salvo de las estrata- gemas de las mujeres? Y el Profeta bendito (con Él la plegaria y la paz) ha dicho, hablando de ellas: «¡Oh creyentes! ¡tenéis enemigos en vuestras espo- sas y en vuestras hijas! Son defectuosas en cuanto afecta á la razón y á la religión. Han nacido torci- das. Las reprenderéis, y á las que os desobedezcan las pegaréis.» ¿Cómo voy á tratarte, pues, ahora que tan inconvenientemente has obrado con un ex- tranjero, guardián de rebaños, cuya unión no con-