ella una noche. Y Doniazada lloró también, besando mucho á su hermana. Pero como iban á verse por la ma- ñana, tomaron su dolor con paciencia, y Schabrazada se retiró á sus habitaciones.
Y aquella noche fué para los dos hermanos y las dos hermanas la continuación de la mil y una noche, por la alegría, la felicidad y la blancura. Y se convirtió en efemérides de una era nueva para los súbditos del rey Schahriar.
Y cuando llegó la mañana posterior á aquella noche bendita, y los dos hermanos, al salir del hammam, se reunieron de nuevo con las dos hermanas bienaventura- das, y así que los cuatro estuvieron juntos, el visir, pa- dre de Schahrazada y de Doniazada, pidió permiso para entrar, y fué introducido al punto. Y ambos se levanta- ron en honor suyo; y sus dos hijas fueron á besarle la mano. Y deseó él larga vida á sus yernos, y les pidió órdenes para el día.
Pero le dijeron: «¡Oh padre nuestro! queremos que en adelante seas tú el que tenga que dar órdenes, sin recibirlas nunca. Por eso, de común acuerdo, te nom- bramos rey de Samarkanda Al-Ajam.» Y dijo Schahza- mán: «Sí, pues he renunciado á la realeza.» Y Schahriar dijo á su hermano: «Pero es á condición joh hermano mío! de que me ayudes en los asuntos de mi reino, acep- tando el compartir conmigo la realeza, para lo cual go- bernaremos por turno, yo un día y tú otro día.» Y Schahzamán dió á su hermano mayor la respuesta que convenía, diciendo: «Escucho y obedezco.>>
Entonces las dos hermanas se arrojaron al cuello de su padre el visir, que las besó y besó á los tres hijos de Schahrazada, y se despidió tiernamente de todos. Luego partió para su reino, á la cabeza de una escolta magní-