tán, capital del reino de Sohatán.» Y el esclavo encerrado en el sello contestó: «¡A tus órdenes! nada más hacedero.» Y lanzó un grito estridente, y en el mismo instante aparecieron ante Maruf mulas y mulateros, camellos y camelleros, cajas y cestos, y mamaliks suntuosamente vestidos, hermosos como lunas, en número de seiscientos de cada especie. Y en menos tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrirlo, cargaron en las acémilas cajas y cestos, previamente llenos de oro y de joyas, y se alinearon por orden. Y los jóvenes mamaliks montaron en sus hermosos caballos y escoltaron la caravana.
Y el antiguo zapatero dijo entonces al servidor de su anillo: «¡Oh Padre de la Dicha! ahora deseo de ti otros mil animales cargados con sedas y telas preciosas de Siria, de Egipto, de Grecia, de Persia, de India y de China.» Y el genni contestó con el oído y la obediencia. Y al punto aparecieron ante Maruf los mil camellos y mulas cargados con los objetos consabidos, y se pusieron ellos solos en fila regular á la cola del convoy, escoltados, como los anteriores, por otros jóvenes mamaliks tan soberbiamente vestidos y montados como sus hermanos. Y Maruf quedó satisfecho, y dijo al habitante del anillo: «Ahora deseo comer antes de partir. Levántame, por tanto, un pabellón de seda, y sirveme bandejas de manjares escogidos y de bebidas frescas.» Y acto seguido se ejecutó la orden.
Y Maruf entró en el pabellón y se sentó ante las