la confusión. Y Maruf, al oír estas palabras, recordando su antigua situación, cuando se hallaba en un estado de miseria análoga ó aún peor que la de aquel pobre felah, se echó á llorar. Y las lágrimas le corrían copiosamente por los pelos de su barba y caían en las bandejas. Y dijo al felah: «¡Oh hermano mío! tranquiliza tu corazón. No soy el sultán, sino solamente su yerno. A consecuencia de algunas diferencias que tuvimos, abandoné el palacio. Pero ahora me envía él todos estos esclavos y todo estos regalos para demostrarme que quiere reconciliarse conmigo. Voy, pues, á volver sobre mis pasos sin dilación. En cuanto á ti, hermano mío, que con tanta bondad has querido tratarme sin conocerme, sabe que no has sembrado en un terreno seco.»
Y obligó al felah á sentarse á su diestra, y le dijo: «No obstante todos los manjares que ves en esta mesa, juro por Alah que no quiero comer mas que tu plato de lentejas, y que no probaré otra cosa que este pan y estas cebollas.» Y ordenó á los esclavos que sirvieran al felah los manjares suntuosos; y por su parte, no comió mas que las lentejas de la escudilla, el pan negro y las cebollas. Y se dilató y se regocijó al ver el asombro del pobre felah ante tantos manjares cuyo perfume satisfacía al cerebro, y tantos colores que encantaban las miradas.
Y cuando acabaron de comer, dieron gracias al Retribuidor por sus beneficios; y Maruf se levantó, y cogiendo al felah por la mano, le sacó fuera del