pabellón, llevándole adonde estaba la caravana. Y le obligó á escoger un par de camellos y un par de mulas de cada clase de mercancía y de fardo. Luego le dijo: «Esto es propiedad tuya, ¡oh hermano mío! Y además, te dejo este pabellón con todo lo que contiene.» Y sin querer escuchar sus negativas ni la expresión de su gratitud, se despidió de él, abrazándole una vez más, volvió á montar en su caballo, se puso á la cabeza de la caravana, y haciéndose preceder en la ciudad por un correo más rápido que el relámpago, encargado de anunciar al rey su llegada, se puso en camino.
Y he aquí que el correo de Maruf llegó á palacio en el preciso momento en que el visir decía al rey: «Disipa tu error ¡oh mi señor! y no des fe á las palabras de tu hija la princesa relativas á la marcha de su esposo. Pues ¡por vida de tu cabeza! el emir Maruf ha salido de aquí fugitivo, temiendo tu justo rencor, y no para apresurar la llegada de una caravana que no existe. ¡Por los sagrados días de tu vida, ese hombre no es mas que un embustero, un trapacero y un impostor!» Y cuando el rey, persuadido á medias ya por aquellas palabras, abría la boca para dar la respuesta oportuna, entró el correo, y después de prosternarse, le anunció la llegada inminente de Maruf, diciendo: «¡Oh rey del tiempo! vengo á ti en calidad de nuncio. Y te traigo la buena nueva de que detrás de mí llega mi amo, el emir poderoso y generoso, el héroe insigne, Maruf, tu yerno. Y va á la cabeza de una caravana