desgracia que sobreviene! ¡Ah! ¿debo hacerlo ó no debo hacerlo?» Y Maruf contestó: «¡Claro que debes hacerlo!» Y dijo el rey: «Pues bien; has de saber ¡oh hijo mío! que hace un momento mis servidores y mis guardias han venido á anunciarme, en el lí- mite de la perplejidad, que tus dos mil mamaliks, caravaneros, camellos y mulas han desaparecido esta noche, sin que nadie sepa por qué camino se han marchado, ni se haya descubierto la menor huella de su marcha. El pájaro que echa á volar desde una rama deja más rastro que el que ha de- jado en nuestros caminos toda esa caravana. Y como esta pérdida es para ti una pérdida irrepara- ble, estoy tan consternado, que aún me dura el aturdimiento.»
Y al oir estas palabras del rey, Maruf se echó å reir de improviso, y contestó: «¡Oh tio! calma tu espíritu. Porque la pérdida ó desaparición de mis caravaneros y de mis animales no es para mí más importante que la pérdida de una gota de agua para el mar. Pues hoy, como mañana y como pasado mañana y como los demás días, con sólo desearlo podré tener más caravaneros y acémilas con su carga que los que puede contener toda la ciudad de Khaitán. Puedes, pues, tranquilizar tu alma y de- jar que nos levantemos ahora para ir al hammam por la mañana.»
Y más asombrado que nunca, salió el rey del aposento de Maruf y fué á llamar á su visir, y le contó lo que acababa de pasar, y le dijo: «¡Está