poco ese anillo que posee virtudes tan maravillo- sas.» Y Maruf, como un loco privado de razón, se sacó del dedo el anillo y se lo entregó al visir, di- ciendo: «¡Hele aquí! En su cornalina encierra á mi amigo el Padre de la Dicha.» Y el visir, con los ojos llameantes, tomó el anillo y frotó el sello, como le había explicado Maruf.
Y al punto salió la voz de la cornalina, dicien- do: «¡Heme aquí! ¡heme aquí! ¡manda y obedeceré! ¿Quieres arruinar una ciudad, fundar una capital ó matar á un rey?» Y el visir contestó: «¡Oh servidor del anillo! te ordeno que te apoderes de este rey proxeneta y de su yerno. Maruf el alcahuete, y los arrojes en cualquier desierto sin agua, para que allí se mueran de sed y privaciones.» Y al instante, el rey y Maruf fueron alzados como una paja y trans- portados á un desierto salvaje de lo más terrible, que era el desierto de la sed y del hambre, habita- do por la muerte roja y la desolación. Y esto es lo referente à ellos.
En cuanto al visir, se apresuró á convocar al diván, y manifestó á los dignatarios, á los emires y á los notables que la dicha de los súbditos y la tranquilidad del Estado habían exigido que el rey y su yerno Maruf, impostor de la peor calidad, fue- ran desterrados muy lejos, y que se le nombrara á él mismo soberano del Imperio. Y añadió: «Ade- más, si vaciláis un instante en aceptar el nuevo orden de cosas y en reconocerme por vuestro legi- timo soberano, al instante, en virtud de mi reciente