poderío, os enviaré à reuniros con vuestro antiguo amo y con el alcahuete de su yerno en el rincón más salvaje del desierto de la sed y de la muerte roja. »
Y así, hizo que le prestaran juramento, á des- pecho de su nariz, todos los presentes, y nombró á los que nombró y destituyó á los que destituyó. Tras de lo cual envió á decir á la princesa: «Pre- párate á recibirme, porque tengo muchas ganas de gozarte.» Y la princesa, que, como todos los demás, se habia enterado de los nuevos acontecimientos, le contestó por mediación del eunuco: «Sin duda te recibiré gustosa; pero por el momento estoy con el mal mensual que es natural en las mujeres y en las muchachas. Sin embargo, en cuanto me halle lim- pia de toda impureza, te recibiré.» Pero el visir mandó á decirle: «No quiero la menor tardanza, y no reconozco males mensuales ni males anuales. Y deseo tenerte en seguida.» Entonces le contestó ella: ¡Está bien! Ven á buscarme al momento.»
Y se vistió lo más magníficamente posible, y se adornó y se perfumó. Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, penetró en su aposento el visir de su padre, ella le recibió con semblante contento y alegre, y le dijo: «¡Qué honor para mi! ¡Y qué no- che tan dichosa va á ser ésta!» Y le miró con ojos que acabaron de arrebatar el corazón de aquel trai- dor. Y como él la apremiase para que se desnudara, comenzó ella á hacerlo con muchos miramientos, arrumacos y retrasos. Y lanzando de pronto un