de los libros, que los rumis habían quemado cuando entró Amrú ben El-Ass en El-Iskandaria. Y les mandó que transportaran á su casa cuantos libros de valor poseyeran. Y los retribuyó con más es- plendidez de lo que ellos mismos pretendían, sin regateos ni vacilaciones. Pero no se limitó á estas compras. Envió emisarios al Cairo, à Damasco, á Bagdad, á Persia, al Maghreb, á la India, é incluso. á los países de los rumis, para que compraran los libros más reputados en estas diversas comarcas, con encargo de no escatimar el precio de compra. Y al cabo de cierto tiempo, volvieron unos tras de otros los emisarios, con fardos cargados de manus- critos preciosos. Y el joven hizo ponerlo todo por orden en los armarios de una magnifica cúpula que habia mandado construir con esta intención, y que, en el frontis de su entrada principal, tenía inscritas en grandes letras de oro y azul estas sencillas pa- labras: «Cúpula del libro.>>
Y hecho lo cual, el joven puso manos á la obra...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.