tribus, cuando aún estaba imberbe, el joven lleno de va- lentía y de hermosura!
¡Mi hermano, el de las dos manos generosas, la pro- pia mano de la generosidad! ¡Ya no existe! ¡Está en la tumba, frio, encerrado bajo la roca y la piedra! Decid ú su yegua Alwa, la de pecho admirable:
«Llora, gime por las carreras vagabundas: ya no te cabalgará tu dueño!» 10h hijo de Amr! ¡la gloria galopaba á tu lado cuando en el fragor de la batalla se alzaba hasta los muslos su larga cota de armas!
¡Cuando la llama de la guerra hacía á los hombres herirse cuerpo ú cuerpo, y tus hermanos y tú pasabais, caballo contra caballo, como vampiros y buitres monta- dos por demonios!
¡Ciertamente, despreciabas la vida en días de com- bate, cuando despreciar la vida es más grande y digno de recuerdo!
¡Cuántas veces te precipitaste contra los torbellinos erizados de cascos de hierro y bastardos de dobles cotas de malla, impasible en medio de horrores sombrios como los tintes bituminosos de la tormenta!
¡Fuerte y arrojado, como un mástil de Rudaina, brillabas en toda tu juventud, con tu talle semejante á un brazalete de oro,
¡Cuando á tu alrededor, en medio del desorden de las batallas, la muerte arrastraba en la sangre los bor- des de su manto!
¡Cuántos caballos precipitaste sobre los escuadrones enemigos, ¡oh hermano mio! mientras la roja apisona-