¡Tú echabas entonces la orla de tu resplandeciente cota de malla sobre tu corcel, á quien se le saltaban las entrañas y le sonaban en los flancos!
¡Tú animabas á las lanzas, excitándolas á confundir sus relampagueos, cuando iban á hundirse hasta el fondo de los riñones en las entrañas de los guerreros!
¡Tú eras el tigre enardecido que se lanza á la refriega en medio de la tormenta, armado con las dobles armas de sus dientes y sus uñas!
¡Cuántas cautivas desoladas y felices has conducido delante de ti, como rebaños de hermosos antilopes conmoridos por las primeras gotas de lluvia!
¡Cuántas bellas y blancas mujeres salvaste por la mañana, á la hora de la pelea, cuando erraban, con el velo en desorden, enloquecidas de horror y de espanto!
¡Cuántas desgracias nos evitaste, desgracias cuyo solo aspecto terrible ó relato habría hecho abortar á las mujeres encinta! ¡Cuántas madres se hubiesen quedado sin hijos si tu sable no hubiese estado alli!
¡Y también joh hermano mío! cuántas rimas de combate cantaste sin esfuerzo en el tumulto, penetrantes como el hierro de la lanza, y que vivirán por siempre entre nosotros!
¡Ah! ¡muerto el generoso hijo de Amr, que se apaguen las estrellas, que anule el sol sus rayos! ¡Él era nuestro sol y nuestra estrella!
Ahora que ya no existes, hermano mío, ¿quién re-