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Página:Las mil noches y una noche v23.djvu/78

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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

tero ó si lo rechaza, también será un cualquiera. Y por muy gran poeta que sea, un hombre que no conoce la delicadeza no es digno de las princesas.»

Así es que al día siguiente, cuando fué en busca de su enamorado, no dejó la joven de hacer la experiencia. Porque tras de colocar un pebetero encendido en medio de la habitación, y echar en él perfume, dijo al joven: «¡Acércate para perfumarte!» Pero el poeta no se molestó, y contestó: «Tráeme el pebetero aquí, junto á mi.» Y la joven así lo hizo; pero el poeta no puso el pebetero debajo de sus ropas, y se contentó con perfumarse solamente la barba y la cabellera. Tras de lo cual, aceptó el mondadientes que le presentaba su amante, y después de cortarlo y tirar un pedacito, hizo de la punta un pincel flexible, y se frotó con él los dientes y se perfumó las encías. Hecho esto, sucedió entre él y la joven lo que sucedió.

Y cuando la pequeñuela volvió al palacio vigilado, contó á su impetuosa señora el resultado de la prueba. Y Fátima dijo al punto: «¡Tráeme á ese noble árabe! Y date prisa.»

Pero los guardianes eran severos y estaban armados y en continuo acecho. Y cada mañana, los adivinos del rey Nemán, padre de la princesa, iban á aquellos lugares para ver y reconocer las huellas de pies impresas en la arena. Y se volvían los adivinos para decir á su señor: «¡Oh rey del tiempo! esta mañana no hemos encontrado otra impresión que la de los piececitos de la joven Ibnat-Ijlán.»