«Un día entre los días, se habían reunido en mi morada unas nobles mujeres yemenitas. Y acordaron por juramento decirse con toda verdad, y sin disimular nada, cómo eran sus esposos, buenos ó malos.
Y la primera tomó la palabra, y dijo: «¿Mi hombre? es feo é inabordable, semejante á una ración pesada de camello encaramada en la cumbre de una montaña de difícil acceso. Y además, tan delgado y tan seco, que no debe tener en los huesos ni un hilo de médula. ¡Una esterilla usada!»
Y la segunda mujer yemenita dijo: «Del mío, realmente, no debía decir ni una palabra. Porque sólo hablar de él me repugna. Es un animal intratable, y por una palabra que yo le responda, enseguida me amenaza con repudiarme; y si me callo, me zarandea y me tiene como si me llevara en la punta de un hierro de lanza.»
Y la tercera dijo: «Por lo que á mi respecta, he aquí á mi encantador marido: si come, lame hasta el fondo de los platos; si bebe, chupa hasta la última gota; si se acurruca, se encoge y salta sobre sí mismo como una pelota; y si ocurre que tengo que matar á algún animal para sustentarnos, mata siem-
